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viernes, 28 de marzo de 2014




Capítulo 5

LA OBRA QUE AGUARDABA AL OBRERO

Ocho años de inactividad comparativa en Tarso

Pablo estaba ahora en posesión de su evangelio, y conoció que la misión de su vida era predicarlo a los gentiles.
Pero todavía tuvo que esperar largo tiempo antes de comenzar su obra peculiar.
Oímos poco de él por siete u ocho años. Y solamente podemos conjeturar cuáles pueden haber sido las razones de la Providencia al hacer esperar a su siervo tanto tiempo.
Puede haber habido razones personales para ello, relacionadas con la historia espiritual de Pablo, porque el esperar es un instrumento común de la disciplina providencial para aquellos a quienes ha sido designada una obra extraordinaria.
Una razón pública puede haber sido que Pablo era todavía demasiado antipático a las autoridades judaicas para ser tolerado en aquellas reuniones en que la actividad cristiana tenía influencia.

Había tratado de predicar en Damasco donde ocurrió su conversión. Pero inmediatamente fue forzado a huir de la furia de los judíos, y yendo de allí para Jerusalén y comenzando a testificar como cristiano encontró en dos o tres semanas demasiada oposición.
No es de extrañarse; pues, ¿cómo hubieran podido los judíos permitir que el hombre que últimamente había sido el adalid principal de su casa predicara la fe para cuya destrucción se le había empleado?
Cuando huyó de Jerusalén dirigió sus pasos a Tarso, su ciudad natal, donde por años quedó en oscuridad.
Sin duda dio testimonio de Cristo a su familia, y hay algunas indicaciones de que llevó el evangelio a su provincia de Cilicia; pero si lo hizo, se puede decir que su obra era la de un hombre que trabaja en secreto, porque no estuvo en la corriente central ni visible del nuevo movimiento religioso.

Estas no son más que meras conjeturas motivadas por la penumbra histórica de aquellos años.
Pero hubo una razón indudable y de la más grande importancia posible para la dilación de la carrera de Pablo.
En este intervalo aconteció aquella revolución, una de las más importantes en la historia del género humano, por la cual los gentiles fueron admitidos a gozar privilegios iguales con los judíos en la iglesia de Cristo.
Este cambio procedió del círculo originario de los apóstoles en Jerusalén; y Pedro, el principal de todos ellos, fue el instrumento para efectuarlo.
Por medio de la visión del lienzo bajado del cielo con los animales puros e impuros, que tuvo en Jope, fue preparado para la parte que había de tomar en este cambio, y admitió en la iglesia a Cornelio y su familia, un gentil incircunciso de Cesárea, por bautismo.
Esta fue una innovación que envolvía incalculables consecuencias.
Fue un preliminar necesario para la obra misionera de Pablo, y los eventos subsecuentes demostraron cuan sabio fue el arreglo Divino por el cual los primeros gentiles que entraron en la iglesia fueron admitidos por las manos de Pedro, y no por las de Pablo.

Pablo descubierto por Bernabé y llevado a Antioquia
Su obra allí

Tan luego como este hecho aconteció, el campo estuvo listo para la carrera de Pablo e inmediatamente fue abierta una puerta para su entrada en él.
Casi al mismo tiempo en que acontecía el bautismo de la familia gentil en Cesárea, un gran avivamiento brotó entre los gentiles de la ciudad de Antioquia, capital de Siria.
El movimiento había comenzado con los fugitivos arrojados de Jerusalén por la persecución, y fue continuado con la sanción de los apóstoles, quienes enviaron de Jerusalén, para presidirlo, a Bernabé, uno de sus colaboradores de más confianza.
Este hombre conoció a Pablo. Cuando este último llegó a Jerusalén la primera vez después de su conversión, y trató de unirse con los cristianos de allí, todos tuvieron miedo de él, sospechando que los dientes y las garras del lobo estuvieran ocultos bajo el vellón del cordero.
Pero Bernabé superó estos temores y sospechas, y habiendo tomado al nuevo convertido y oído su historia, creyó en él y persuadió a los demás a recibirle.
La comunión comenzada así duró solamente dos o tres semanas en aquella época, puesto que Pablo tuvo que dejar Jerusalén; pero Bernabé había recibido una profunda impresión de su personalidad y no se olvidó de él.

Cuando fue enviado para presidir el avivamiento en Antioquia pronto se encontró embarazado con su magnitud y sintió la necesidad de ayuda.
Se le ocurrió la idea de que Pablo era el hombre que necesitaba.
Tarso no estaba lejos, y allá se fue para buscarle. Pablo aceptó su invitación y volvió con él a Antioquia.
La hora que había esperado había llegado, y se entregó a la obra de evangelizar a los gentiles con el entusiasmo de una gran naturaleza que al fin se encuentra en su propia esfera.
El movimiento desde luego respondió a su actividad. Los discípulos llegaron a ser tan numerosos y prominentes, que los paganos les dieron un nuevo nombre —el de cristianos— que, desde entonces, ha continuado siendo el título de su fe en Cristo; y Antioquia, una ciudad de medio millón de habitantes, llegó a ser el centro del cristianismo, en lugar de Jerusalén.
Pronto una gran iglesia se formó, y una de las manifestaciones del celo de que estuvo llena fue el propósito, que gradualmente se transformó en resolución entusiasta, de enviar misioneros a los paganos.
Como consecuencia, Pablo fue designado para este servicio.

El mundo conocido en aquel periodo

Al verle afrontando, al fin, la obra de su vida, detengámonos para hacer una breve revista del mundo, al cual fue enviado a conquistar. Nada menos que esto se propuso.
En el tiempo de Pablo el mundo conocido era tan pequeño que no parecía imposible que un solo hombre hiciera la conquista espiritual de él, especialmente cuando éste había sido preparado maravillosamente para enfrentar la nueva fuerza que estaba a punto de atacarlo.
Consistía en un disco estrecho de tierra que el mar Mediterráneo rodeaba. Este mar mereció en aquel tiempo el nombre que llevaba, porque el centro de gravedad del mundo, que desde entonces ha cambiado a otras latitudes, estaba en él.
El interés de la vida humana estaba concentrado en los países del sur de Europa, la porción occidental de Asia, y una zona del norte de África, las que forman sus orillas.
En este pequeño mundo hubo tres ciudades que se dividieron entre sí los intereses de aquella época.
Estas fueron Roma, Atenas y Jerusalén, las capitales de las tres razas, la romana, la griega y la judaica.
Estas ciudades gobernaban en todos sentidos aquel antiguo mundo.
Esto no significa que cada una de ellas hubiera conquistado una tercera parte del círculo de la civilización, sino que cada una de ellas se había difundido en turno sobre todo él, y todavía lo dominaba, o, a lo menos, había dejado señales imperecederas de su presencia.

Los griegos.- Los griegos fueron los primeros en tomar posesión del mundo. Fueron el pueblo de destreza y genio, los maestros perfectos del comercio, de la literatura y de las artes.
En las épocas muy primitivas desplegaron su instinto de colonización, y enviaron a sus hijos a conseguirse nuevas habitaciones por el Oriente y el Occidente, lejos de su hogar natal.
Por fin, se levantó entre ellos uno que concentró en sí mismo las tendencias más fuertes de la raza, y que por la fuerza de las armas extendió el dominio de Grecia hasta la frontera de la India.
El vasto imperio de Alejandro Magno se rompió a su muerte, pero un resto de la vida e influencia griegas permaneció en todos los países por los cuales había pasado la corriente de sus ejércitos conquistadores.
Las ciudades griegas, tales como Antioquia en Siria y Alejandría en Egipto, florecieron en todo el Oriente; los comerciantes griegos abundaban en todos los centros del comercio; los maestros griegos enseñaron la literatura de su patria en muchas comarcas; y, lo que es más importante, el idioma griego llegó a ser el vehículo general para la comunicación, entre las naciones, de los pensamientos más serios.
Aun los judíos, en los tiempos del Nuevo Testamento, leyeron sus propias Escrituras en una versión griega, habiendo muerto el original hebreo.
Tal vez la lengua griega es la más perfecta que el mundo ha conocido, y hubo una providencia especial en su difusión completa, antes que el cristianismo necesitara un medio de comunicación internacional.
El Nuevo Testamento se escribió en griego, y dondequiera que los apóstoles del cristianismo viajaban, estaban en posibilidad de ser entendidos en este idioma.

Los romanos.- En seguida tocó su turno a los romanos en la posesión del globo.
Originalmente, los individuos de una pequeña tribu, vecina de la ciudad que les dio nombre, se extendieron poco a poco, se fortalecieron y adquirieron tanta habilidad en el arte de la guerra y del gobierno, que llegaron a ser conquistadores irresistibles, marchando en todas direcciones para hacerse amos del mundo.
Sujetaron a la Grecia misma y dirigiéndose al Oriente conquistaron los países que Alejandro y los que le sucedieron habían gobernado.
En realidad, todo el mundo conocido llegó a ser suyo, desde el Estrecho de Gibraltar hasta el más lejano Oriente.
No poseyeron el genio de los griegos. Sus cualidades eran la fuerza y la justicia. Sus artes no eran las del poeta ni las del pensador, sino las del soldado y las del juez.
Derribaron las divisiones entre las tribus de los hombres y les obligaron a estar en paz unos con otros, porque todos igualmente estaban bajo el mismo gobierno de hierro.
Cubrieron los países de caminos que los unían con Roma, y que fueron triunfos tan sólidos de ingeniería que algunos de ellos han permanecido hasta hoy.
Por estos caminos avanzó el mensaje del evangelio. De esta manera los romanos también demostraron ser los precursores del cristianismo, porque su autoridad en tantos países proporcionó a los primeros propagadores facilidad de movimiento, y protección contra los caprichos e injusticias de los tribunales de ciertas localidades.

Los judíos. — Entretanto, la tercera nación de la antigüedad también había completado su conquista del mundo.
Aunque no por la fuerza de las armas, los judíos, también se difundieron como los griegos y romanos lo habían hecho.
Verdad es que por varios siglos habían soñado con la venida de un héroe guerrero, cuyo valor sobrepujaría al de los más célebres conquistadores gentiles.
Pero nunca vino; y la ocupación por los judíos de los centros de civilización tuvo que efectuarse de una manera más quieta.
No ha habido cambio en las costumbres de ningún pueblo más extraordinario que el ocurrido en la raza judaica, en el intervalo de cuatro siglos entre Malaquías y Mateo, del cual no tenemos registro en las sagradas Escrituras.
En el Antiguo Testamento vemos a los judíos encerrados dentro de los estrechos límites de Palestina, ocupados principalmente en asuntos de agricultura, y guardándose con celo de toda comunicación con las naciones extranjeras.
En el Nuevo Testamento los encontramos todavía apegados con tenacidad desesperada a Jerusalén, y a la idea de su propio estado de separación.
Pero sus costumbres y habitaciones han cambiado completamente.
Han abandonado la agricultura y se han entregado con actividad y éxito extraordinarios al comercio.
Y con este objeto en vista, se han difundido por todas partes, por África, Asia y Europa: y no hay ciudad de importancia donde no se encuentren.
Por cuáles pasos este cambio extraordinario se efectuó, sería largo y difícil de decir. Pero se había efectuado y el resultado fue de suma importancia en la historia primitiva del cristianismo.
Donde quiera que los judíos se establecieran, tuvieron sus sinagogas, sus Escrituras Sagradas, su creencia inflexible en el único y verdadero Dios.
No solamente esto; sus sinagogas, por todas partes agruparon prosélitos de los pueblos gentiles en derredor de ellas.
Las religiones paganas estaban en este período en un estado de postración completa.
Las naciones más pequeñas habían perdido la fe en sus deidades, porque no habían podido defenderlas de los victoriosos griegos y romanos.
Pero los conquistadores, por otras razones, habían perdido igualmente la fe en sus propios dioses. Fue una época de escepticismo, decaimiento religioso y corrupción moral.
Pero siempre ha habido hombres que desean un credo en que poder confiar. Estos andaban en busca de una religión, y muchos de ellos encontraron refugio de los mitos degradantes e increíbles de los dioses del politeísmo, en la pureza y monoteísmo del credo judaico.
Las ideas fundamentales de este credo son los fundamentos de la fe cristiana también.
Donde quiera que los mensajeros del cristianismo viajaron, se encontraron con personas con quienes tenían muchos conceptos religiosos en común.
Sus primeros convertidos fueron judíos y prosélitos. La sinagoga fue el puente por el cual el cristianismo pasó a los paganos.

Los Bárbaros y  los Cristianos.- Tal  fue, pues, el mundo  al que  Pablo  fue  enviado  a conquistar.  
Fue un mundo lleno por todas partes de estas tres influencias.
Pero hubo otros dos elementos en la población, que proporcionaron numerosos convertidos para los primeros predicadores: los habitantes originarios de varios países, y los esclavos aprisionados en las guerras, o los descendientes de éstos, sujetos a ser cambiados de un lugar a otro, y vendidos según las necesidades o caprichos de sus amos.
Una religión cuya principal gloria era predicar las buenas nuevas a los pobres no rechazaría estas clases bajas; aunque el conflicto del cristianismo con las fuerzas del tiempo que tenían posesión del destino del mundo naturalmente atrajo la atención, no debe olvidarse que sus mejores triunfos han consistido siempre en el alivio y mejoramiento de la condición de los humildes.