Llevando y enseñando la Palabra de Dios por el mundo, cumpliendo de esta manera el mandato de Jesucristo de "Id y predicar este Evangelio, para que todo aquel que crea en Él sea salvo"
FUNDACIÓN TU NUEVA ALEGRÍA
Conoce la Fundación Tu Nueva Alegría
viernes, 1 de marzo de 2013
Capítulo 2:
SU PREPARACIÓN INCONSCIENTE PARA SU OBRA
Fecha y lugar de su nacimiento
Las
personas cuya conversión ha tenido lugar en la edad adulta, suelen ver
retrospectivamente hacia el período de su vida anterior a su
conversión, con tristeza y vergüenza, y desean que una mano
obliteradora lo borre del registro de su existencia.
San Pablo experimentó con fuerza este mismo sentimiento; hasta
el fin de sus días estuvo rodeado por el espectro de sus años
perdidos, y solía decir que él era el menor de todos los apóstoles, que
no era digno de ser llamado apóstol, porque había perseguido a la
iglesia de Dios. Pero estos pensamientos sombríos sólo son parcialmente
justificables.
Los propósitos de Dios son muy profundos, y aun en aquellos que no le
conocen, puede estar sembrando semilla que solamente germinará y
producirá el fruto mucho tiempo después que éstos hayan terminado su
carrera impía. Pablo
nunca hubiera sido el hombre que llegó a ser, ni hubiera hecho el
trabajo que hizo, si en los años precedentes a su conversión no hubiera
tenido un curso designado de preparación que lo hiciera apto para su
carrera por venir. El no conocía para qué estaba siendo preparado; sus
propias intenciones para el futuro eran diferentes de las de Dios; pero
hay una Divinidad que dispone nuestros fines, y ella lo hizo una
flecha aguda para la aljaba de Dios, aunque él no lo sabía.
La fecha del nacimiento de Pablo no se conoce exactamente, pero puede
fijarse con aproximación, lo cual es suficiente para el propósito
práctico. Cuando en el año 33 d.C. los que apedrearon a Esteban
pusieron sus capas a los pies de Pablo, era "un joven".
Tal término en verdad, en el original griego es muy amplio y puede
indicar una edad comprendida entre veinte y treinta años. En este caso
probablemente se refiere, mejor que al primero, al último límite; pues
hay razón para creer que en este tiempo, o poco después, fue miembro
del concilio, oficio que ninguno que no tuviera treinta años de edad
podía obtener; y la comisión que inmediatamente después recibió del
concilio para perseguir a los cristianos apenas habría sido confiada a
un joven. Treinta años después de haber lamentablemente participado en
el asesinato de Esteban, en el año 62 d.C., se hallaba en una prisión
en Roma esperando la sentencia de muerte por la misma causa por la que
Esteban había sufrido; y cuando escribía una de sus últimas epístolas,
la de Filemón, se llamaba "anciano".
Este último término, también, es muy amplio, y un hombre que ha pasado
por muchos sufrimientos muy bien puede considerarse de más edad que la
que tiene; aunque apenas podría tomar el nombre de "Pablo el anciano" antes de los sesenta años de edad.
Estos cálculos nos conducen a creer que nació casi en el mismo tiempo
que Jesús. Cuando el niño Jesús jugaba en las calles de Nazaret, el
niño Pablo jugaba en las calles de su ciudad natal, al otro lado de las
cumbres del Líbano.
Parecían tener carreras totalmente distintas; sin embargo, por
el arreglo misterioso de la Providencia, estas dos vidas, como caudal
que corre de fuentes opuestas, un día, cual río y tributario, habrían
de unirse.
El lugar de su nacimiento fue Tarso, capital de la provincia de
Cilicia al sudeste de Asia Menor. Estaba a unas cuantas millas de la
costa en medio de un llano fértil, y situado sobre las dos orillas del
río Cidno, que descendía de las montañas vecinas del Tauro, en cuyas
nevadas cimas era la costumbre de los habitantes del país contemplar,
en las tardes de verano, desde los techos llanos de sus casas, la
belleza de la puesta del sol.
Arriba de la ciudad, no lejos de ella, el río se arrojaba
sobre las rocas en gran catarata, pero abajo venía a ser navegable, y
dentro de la ciudad sus orillas estaban cubiertas de muelles donde se
reunían las mercancías de muchos países, mientras los marineros y
comerciantes, vestidos según las costumbres de diferentes razas, y
hablando diversos idiomas, constantemente se encontraban en las calles.
Tarso hacía un comercio extenso en maderas, en las cuales abundaba la
provincia, y en el fino pelo de las cabras que a millares eran
apacentadas en las montañas vecinas. Este era empleado en hacer una
especie de paño burdo y en la fabricación de varios artículos; entre
los cuales, las tiendas, como las que después Pablo se ocupaba en
coser, formaban un extenso artículo de cambio por todas las costas del
Mediterráneo.
Tarso era también el centro de intenso transporte mercantil;
pues, atrás de la ciudad, un famoso paso llamado las Puertas Milicianas
conducía a las montañas de los países centrales de Asia Menor; y Tarso
era el depósito adonde se llevaban los productos de estos países para
ser distribuidos por el Oriente y el Occidente. Los habitantes de la
ciudad eran numerosos y ricos.
La mayoría eran cilicianos nativos, pero los comerciantes más
ricos eran griegos. Estaba la provincia bajo el dominio de los romanos,
viéndose en la capital las señas de su soberanía, aunque Tarso gozaba
el privilegio de gobierno propio.
El número y variedad de habitantes crecían aún más por el
hecho de que Tarso no solamente fue el centro del comercio sino también
el asiento de la instrucción. Era una de las tres principales ciudades
universitarias establecidas en aquella época, siendo las otras dos
Atenas y Alejandría; y se dice que sobrepujaba a sus rivales en
eminencia intelectual. En sus calles se veían estudiantes de muchos
países, espectáculo que no podía sino despertar en las jóvenes
inteligencias pensamientos acerca del valor y objeto de la instrucción.
¿Quién dejará de ver cuán a propósito fue que el apóstol de los
gentiles naciera en este lugar? En cuanto él crecía se preparaba
inconscientemente para encontrarse con hombres de todas clases y razas,
para simpatizar con la naturaleza humana en todas sus variedades, y
tolerar la mayor diversidad de hábitos y costumbres.
En su vida posterior siempre fue amante de las ciudades.
Mientras su Maestro huyó de Jerusalén y gustaba de enseñar en las
montañas o en las orillas de los lagos, Pablo constantemente se movía
de una gran ciudad a otra. Antioquia, Éfeso, Atenas, Corinto, Roma, las
capitales del mundo antiguo, fueron los lugares de su actividad.
"Las palabras de Jesús" son peculiares del campo y abundan en pinturas
de su belleza tranquila y del trabajo del hogar: los lirios del campo,
las ovejas que siguen al pastor, el sembrador en el surco, el pescador
que arroja sus redes.
Pero el lenguaje de Pablo está impregnado con la atmósfera de
la ciudad y como activado por el movimiento y confusión de las calles.
Su imaginación está poblada de escenas de la energía humana y
de movimientos de la vida culta: El soldado con su armadura
completa, el atleta en la arena, el constructor de casas y templos, la
triunfal procesión del general victorioso.
Tan duraderas son las asociaciones del niño en la vida del hombre.
Su hogar
Pablo
tenía cierto orgullo por el lugar de su nacimiento, como lo demostró
en una ocasión, jactándose de que era ciudadano de una ciudad no baja.
Tenía un corazón formado por la naturaleza para sentir el ardor del más
vehemente patriotismo. Sin embargo, no era por Cilicia ni Tarso, por
lo que este fuego ardía. Era extranjero en la tierra de su nacimiento.
Su padre fue uno de los muchos judíos que se esparcieron en aquella
época por las ciudades del mundo gentil a causa del tráfico y del
comercio. Habían dejado la Tierra Santa, pero no la habían olvidado.
Nunca se mezclaron con los pueblos entre quienes vivían; aun en el
vestido, alimento, religión y otros muchos particulares permanecieron
como un pueblo peculiar.
Como regla general eran menos rígidos en sus opiniones religiosas y
más tolerantes de las costumbres extranjeras que los judíos que
permanecieron en Palestina.
Pero el padre de Pablo no fue de los que daban lugar a la relajación
de costumbres. Pertenecía a la más estricta secta de su religión. Es
probable que haya salido de Palestina no mucho tiempo antes del
nacimiento de su hijo; pues Pablo se llamaba a si mismo "hebreo de hebreos", nombre que parecía pertenecer únicamente a los judíos de Palestina y a los que continuaban en conexión muy íntima con ella.
De su madre absolutamente nada sabemos, pero todo parece indicar que
el hogar donde Pablo fue educado fue uno de aquellos de donde se han
levantado casi todos los eminentes maestros religiosos, un hogar de
piedad, de carácter, tal vez de algún principio extremo y fuertemente
afecto a las peculiaridades de un pueblo religioso. Tal espíritu fue
imbuido en él que, aunque no pudo menos que recibir impresiones
innumerables e imperecederas de la ciudad donde nació, la tierra y la
ciudad de su corazón eran Palestina y Jerusalén; y los héroes de su
imaginación no fueron Curcio y Horacio. Hércules y Aquiles, sino Abraham
y José, Moisés, David, y Esdras.
Al remontarse hasta el pasado, no fueron los anales oscuros de
Cilicia donde él puso los ojos, sino que contempló la corriente clara
de la historia de los judíos hasta sus fuentes en Ur de los Caldeos; y
cuando pensaba en el futuro, la visión que se levantaba delante de él
era el reino del Mesías entronizado en Jerusalén y gobernando las
naciones con vara de hierro.
El sentimiento de pertenecer a la aristocracia espiritual lo elevaba
sobre la mayoría de aquellos entre quienes vivía, y se profundizó más
en él por lo que vio de la religión del pueblo que le rodeaba.
Tarso era el centro de una forma del culto a Baal, de carácter
imponente, pero por todo extremo degradante, y en ciertas estaciones
del año era el escenario de festividades frecuentadas por toda la
población de las regiones vecinas, y acompañadas con orgías de un grado
de abominación moral felizmente fuera del alcance de nuestra
imaginación.
Por supuesto, un niño no pudo ver los abismos de este misterio de
iniquidad, pero pudo ver bastante para huir de la idolatría con el
oprobio peculiar a su nación y considerar la pequeña sinagoga donde su
familia adoraba al Santo de Israel como mucho más gloriosa que los
brillantes templos de los paganos.
Tal vez a esta primera experiencia podemos atribuir en cierto grado
aquellas convicciones de los abismos en donde la naturaleza humana
puede caer, y su necesidad de una fuerza redentora omnipotente, que
después formaron una parte tan fundamental de su teología y le dieron
tanto estímulo en su obra.
Su Educación
Ciudadanía romana.-
Al fin llegó el tiempo para decidir qué ocupación debía escoger el
joven, momento crítico en la vida de todo hombre; y en la de éste, de
una decisión trascendental.
Quizá la carrera más propia para él hubiera sido la de
comerciante; porque su padre se ocupaba en el comercio, los negocios de
la ciudad ofrecían precios espléndidos a la ambición mercantil, y la
energía propia del joven habría garantizado un éxito brillante.
Además su padre tenía una ventaja que darle, especialmente
útil para un comerciante: aunque judío, era ciudadano romano; y este
derecho daría protección a su hijo en todas partes del mundo romano
donde tuviera ocasión de viajar. No podemos decir cómo obtuvo este
derecho el padre; pudo ser comprado, ganado por servicios distinguidos
al estado, o adquirido de otros varios modos; en todo caso, su hijo
nació libre.
Fue un valioso privilegio y demostró ser de gran utilidad para
Pablo, aunque no de la manera que su padre esperó que lo usara.
Pero se decidió que no debía ser comerciante. La decisión
puede haberse debido a las decididas opiniones religiosas de su padre, o
a la ambición piadosa de su madre, o a su propia predilección; pero se
resolvió que iría al colegio para ser un rabí; es decir, ministro,
maestro y abogado, al mismo tiempo. Fue una sabia determinación en
vista del espíritu y capacidades del joven, y resultó ser de
importancia infinita para el futuro de la humanidad.
Fabricante de tiendas. —
Pero aunque así eludió las oportunidades que parecían llevarlo a un
llamamiento secular, sin embargo, antes de ir a prepararse para la
profesión sagrada, debía adquirir algunas nociones en los asuntos de la
vida: porque era costumbre entre los judíos, que todo joven, cualquiera
que fuese la profesión que iba a seguir, debía aprender algún oficio
como recurso en tiempo de necesidad.
Esta era una costumbre sabia, porque daba empleo a los jóvenes
en una edad en que la molicie es demasiado peligrosa, y enseñaba, en
cierto sentido, a los ricos y a los instruidos, los sentimientos de
aquellos que tenían que ganar su pan con el sudor de su frente.
El oficio a que se dedicó era uno de los más comunes en Tarso,
la fabricación de tiendas de pelo de cabra, tejidos por los cuales se
había hecho célebre el distrito.
Poco pensaron él y su padre, cuando comenzó a manejar el
desagradable material, cuán importante iba a serle este oficio en los
años subsecuentes. Llegó a ser el medio de su sostenimiento durante sus
viajes misioneros, y en el tiempo en que era esencial que los
propagadores del cristianismo se sobrepusieran a las sospechas de
motivos egoístas, este oficio lo capacitó para sostenerse en una
posición de noble independencia.
Sus conocimientos de la literatura griega.-
Es natural preguntar si, antes de dejar el hogar para ir a obtener su
educación como rabí, Pablo asistió a la Universidad de Tarso. ¿Bebió en
los manantiales de saber que fluían del monte de Helicón antes de ir a
sentarse junto a los que brotaban del de Sión? Del hecho de consignar
dos o tres citas de los poetas griegos se ha inferido que le era
conocida toda la literatura de Grecia. Pero por otro lado se ha indicado
que estas citas eran breves y comunes, tanto que cualquiera que
hablara griego tenía que usarlas alguna vez; y el estilo y vocabulario
de sus epístolas no son de modelos de la literatura griega sino de los
de la Septuaginta, la versión griega de las escrituras hebreas que
estaba entonces en uso universal entre los judíos de la época de la
dispersión.
Probablemente su padre hubiera considerado un pecado permitir
que su hijo asistiera a una universidad pagana. Sin embargo, no es
verosímil que creciera en un gran asiento de instrucción sin recibir
alguna influencia del tono académico del lugar.
Su discurso en Atenas demostró que era capaz, cuando lo creía
conveniente, de manejar un estilo mucho más elevado que el de sus
escritos; y una inteligencia tan sutil no es admisible que permaneciera
en ignorancia total de los grandes monumentos del lenguaje en que se
reflejaba.
Hubo también otras impresiones que probablemente recibió de la
ilustrada Tarso. Su universidad era famosa por esas pequeñas disputas y
nulidades que algunas veces turban la calma de los retiros académicos;
y es posible que el rumor de las tales haya podido dar el primer
impulso al desdén por la astucia de los retóricos y las tempestuosas
disputas de los sofistas, que forma un distintivo tan notable de
algunos de sus escritos.
Las miradas de la juventud son claras y seguras, y, aunque
joven, pudo haber percibido cuan pequeñas son las almas de ciertos
hombres y cuan mezquinas sus vidas, aun cuando sus bocas estén llenas
de la fraseología más bella.
Su educación rabínica, Gamaliel.-Su conocimiento del Antiguo Testamento.-
El colegio para la educación de los rabíes judíos estaba en Jerusalén,
y allí fue enviado Pablo, cerca de los trece años de edad. Su llegada a
la Ciudad Santa pudo haber acontecido en el mismo año en que Jesús a
la edad de doce la visitaba por primera vez; y las emociones dominantes
del niño de Nazaret, en la primera visita a la capital de su nación,
pueden tomarse como un indicio de la experiencia no registrada del de
Tarso.
Para todo niño judío de disposición religiosa, Jerusalén era
el centro universal —las pisadas de los profetas y reyes resonaban en
sus calles; recuerdos sagrados y sublimes palpitaban en sus muros y
edificios y brillaba en un horizonte de ilimitadas esperanzas.
Sucedió que en este tiempo el colegio de Jerusalén
era presidido por uno de los más notables maestros que habían tenido
los judíos. El tal fue Gamaliel, a cuyos pies Pablo nos dice que fue
educado.
Era llamado por sus contemporáneos la "Hermosura de la Ley",
y aún es recordado entre los judíos como el Gran Rabí. Era un hombre
de elevado carácter e ilustrado, un fariseo muy apegado a las
tradiciones de sus padres. Sin embargo, no era intolerante ni hostil a
la cultura griega, como lo fueron algunos de los escrupulosos fariseos.
La influencia de tal hombre en el despejado entendimiento de
Pablo debe haber sido muy grande; y aunque por algún tiempo el
discípulo llegó a ser un intolerante celoso, sin embargo el ejemplo del
maestro debe haber tenido algo que ver con la conquista que finalmente
superó las preocupaciones.
"El curso de instrucción que un rabí" tenía que sostener, era
prolongado y peculiar. Consistía enteramente en el estudio de las
Escrituras, y de los comentarios de los sabios y maestros acerca de
ellas.
Las palabras de las Escrituras y las sentencias de los sabios
eran aprendidas de memoria; se tenían discusiones acerca de puntos
debatibles; y, merced a las numerosas cuestiones que les era permitido
suscitar tanto a los discípulos como a los maestros, las inteligencias
de los estudiantes se aguzaban y sus opiniones se dilataban.
Las relevantes cualidades de la inteligencia de Pablo que
fueron conspicuas en su vida ulterior, su maravillosa memoria, la
perspicacia de su lógica, la superabundancia de sus ideas, y su manera
original de recurrir a cualquier asunto, se desplegaron por primera vez
en esta escuela, y excitaron, podemos creer, el ardiente interés de su
maestro.
Aquí él mismo aprendió mucho que le fue de gran importancia en su carrera subsiguiente.
Aunque con especialidad tenía que ser el misionero de los
gentiles, también fue un gran misionero de su propio pueblo.
En toda ciudad que visitaba donde había judíos se presentaba desde luego al público de la sinagoga.
Su educación como rabí le aseguraba la oportunidad de hablar, y
su familiaridad con los modos de pensar y raciocinar de los judíos le
habilitaba para dirigirse a sus oyentes de la manera más adaptada para
asegurar su atención.
Su conocimiento de las Escrituras le capacitaba para aducir
pruebas de una autoridad que sus oyentes reconocían ser suprema.
Además, estaba destinado a ser el gran teólogo del
cristianismo y el principal escritor del Nuevo Testamento. Ahora lo
nuevo resultaba de lo antiguo; el uno es en todas sus partes la
profecía y el otro el cumplimiento.
Pero se requería una mente henchida, no sólo del cristianismo
sino del Antiguo Testamento, para dar tal resultado, y en la edad en
que la memoria tiene mayor poder de retención Pablo adquirió nociones
tan sólidas del Antiguo Testamento que todo lo que contiene estaba a su
disposición.
La fraseología antiguo testamentaria vino a ser el lenguaje de
su pensamiento; literalmente él escribe en citas, y cita de todas
partes con igual facilidad: de la ley, de los profetas y de los salmos.
Así, fue el guerrero equipado con la armadura y las armas del
Espíritu, antes de saber en la defensa de qué causa habrían de
emplearlas.
Su desarrollo moral y religioso
Entretanto, ¿cuál era su estado moral y religioso? Estaba estudiando para ser un maestro de la religión. ¿Era él mismo religioso?
No lo son todos los enviados por sus padres al colegio con
objeto de prepararse para el servicio sagrado; y en cada ciudad del
mundo la senda de la juventud está rodeada de tentaciones que pueden
arruinar la vida desde el primer momento.
Algunos de los más grandes maestros de la iglesia, como San
Agustín, han tenido que ver casi la mitad de su vida empañada y
cicatrizada por el crimen o el vicio.
Tal caída no afeó los primeros años de Pablo; cualesquiera que
hayan sido las luchas que en su pecho sostuvo con sus pasiones, su
conducta siempre fue pura.
En aquella época Jerusalén no era un lugar muy favorable para
la virtud. Era la Jerusalén contra cuya santidad exterior, e interior
depravación, nuestro Señor, unos pocos años después, arrojó tan duras
cuanto merecidas invectivas; era el asiento mismo de la hipocresía
donde un joven de carácter algo débil podía aprender la manera de ganar
las recompensas de la religión mientras evitaba sus cargas.
Pero Pablo se preservó de estos peligros, y después pudo
declarar que había vivido en Jerusalén desde el principio en toda buena
conciencia.
La ley. —
Él había llevado consigo desde su hogar la convicción que forma la
base de una vida religiosa, es a saber, que las únicas recompensas que
dignifican la vida son el amor y el favor de Dios.
Esta convicción creció en él de una manera muy apasionada a
medida que entraba en años, y preguntó a su maestro cómo podía ganar
tales recompensas.
Era obvia la respuesta: guardando la ley. Y esa respuesta fue
terrible; porque la ley significaba no solamente lo que entendemos por
el término, sino también la ley ceremonial de Moisés, y las mil reglas
añadidas a ella por los maestros judíos, cuya observancia hizo de la
vida una especie de purgatorio para toda conciencia delicada.
Pero Pablo no era hombre que huyera de las dificultades. Él
había puesto su corazón en el ventajoso favor de Dios, sin el cual esta
vida le parecía un blanco y la eternidad, la tiniebla más oscura; y si
este era el camino para llegar al término, él deseaba recorrerlo.
Sin embargo, en esto no solamente estaban comprendidas sus
esperanzas personales; las esperanzas de su nación también dependían de
ello, pues era la creencia universal de su pueblo que el Mesías sólo
vendría a una nación que guardara la ley, y aun se decía que si un
hombre la guardaba perfectamente por un día tan sólo, su mérito traería
a la tierra al rey que ellos esperaban.
La educación rabínica de Pablo entonces lo encumbró en el
deseo de ganar esta recompensa de rectitud, y al dejar el colegio de
Jerusalén hizo de esto el propósito de su vida.
La resolución del estudiante solitario fue momentánea por el
mundo; porque primero probó entre secretas agonías que este camino de
salvación era falso, y entonces quiso enseñar su descubrimiento a la
humanidad.
Partida de Jerusalén y regreso a ella.— No podemos decir en qué año terminó la educación de Pablo en el colegio de Jerusalén, ni adonde fue inmediatamente después.
Los jóvenes rabinos después de completar sus estudios salían a
la manera que lo hacen hoy los estudiantes de teología, y comenzaban
una obra práctica en diferentes partes del mundo judío.
Tal vez regresó a Cilicia y allí practicó su vocación en alguna sinagoga.
En todo caso, por algunos años estuvo a cierta distancia de
Jerusalén y Palestina, porque éstos fueron los mismos años en que se
sintió el movimiento religioso de Juan el Bautista y el ministerio de
Jesús, y es claro que Pablo no habría estado cerca sin verse envuelto
en alguno de estos movimientos, ya como amigo, ya como enemigo.
No mucho tiempo después regresó a Jerusalén. En aquellos
tiempos era para los más elevados talentos rabínicos tan natural tender
hacia Jerusalén como lo es en los nuestros para los talentos
literarios y comerciales superiores tender hacia París o Londres.
Llegó a la capital del judaísmo poco después de la muerte de Jesús; y
fácilmente podemos imaginarnos las impresiones que recibiría de sus
amigos farisaicos, con respecto al evento y a la carrera de aquel modo
terminado.
No tenemos razón para suponer que tuviera todavía duda alguna de su propia religión.
En verdad, de sus escritos inferimos que ya había pasado por
varios conflictos mentales muy severos. Aunque la convicción permanecía
firme en su mente de que las bendiciones de la vida eran alcanzadas
tan sólo por el favor de Dios, sin embargo, sus esfuerzos para alcanzar
esta codiciada posición por la observancia de la ley no le habían
satisfecho.
Por el contrario mientras más se esforzaba por guardar la ley,
más activas venían a ser las incitaciones del pecado dentro de él; su
conciencia llegó a estar más oprimida con el sentimiento de la culpa; y
la paz de un alma llena de reposo en Dios era la recompensa que pedía a
sus esfuerzos.
No dudaba de las enseñanzas dadas en las sinagogas. Hasta
entonces, esto para él tenía la misma autoridad que la historia del
Antiguo Testamento, donde veía las figuras de los santos y profetas,
los cuales eran la garantía de que el sistema que representaban debía
ser Divino, y tras el cual vio al Dios de Israel revelándosele en el don
de la ley.
La razón por la que él creía que no había alcanzado la paz y
comunión con Dios, era porque no había luchado bastante contra el mal
de su naturaleza ni honrado bastante los preceptos de la ley. ¿No había
servicio, entonces, que completara todas las deficiencias y ganara esa
gracia en la cual los grandes de otro tiempo habían estado firmes? Tal
era el estado mental en que regresó a Jerusalén y se llenó de
indignación y asombro al tener noticia de la secta que creía que Jesús,
el que había sido crucificado, era el Mesías del pueblo judío.
Estado de la Iglesia Cristiana
El cristianismo tenía sólo dos o tres años de existencia y se desarrollaba muy tranquilamente en Jerusalén.
Aunque aquellos que lo habían oído predicar en el Pentecostés
habían llevado las nuevas de él a sus hogares, y por lo mismo a muchos
distritos, sus representantes públicos, sin embargo, no habían dejado
la ciudad de su nacimiento.
En el principio las autoridades se habían inclinado a
perseguirlo, y a rechazar a sus enseñadores cuando aparecieron en
público. Pero cambiaron su opinión y actuando bajo el consejo de
Gamaliel resolvieron despreciarlo, creyendo que perecería si lo dejaban
solo.
Los cristianos por su parte, en cuanto les fue posible,
incurrieron en pocas faltas; en lo externo de la religión continuaron
siendo judíos estrictos y celosos de la ley, concurriendo al templo
para el culto, observando las ceremonias judaicas, y respetando a las
autoridades eclesiásticas.
Fue una especie de tregua que se concedió a los cristianos por un espacio corto para el crecimiento secreto.
En sus cenaderos se reunían los hermanos para partir el pan y
para orar a su Señor que había ascendido. Era un hermoso espectáculo.
La nueva fe había descendido a ellos como un ángel y fue
derramada pura en sus almas, y alentó en sus humildes reuniones el
espíritu de paz.
Su mutuo amor no tenía límite; estaban llenos de la
inspiración del sentido revelador, y cuantas veces se reunían, su Señor
invisible aparecía en medio de ellos.
Era como el cielo sobre la tierra. Mientras Jerusalén
proseguía al derredor de ellos en su curso ordinario de mundanalidad y
rigidez eclesiástica, estas almas humildes se felicitaban entre sí con
un secreto que no ignoraban contenía las bendiciones de la humanidad y
el futuro del mundo.
Pero el reposo no había de durar mucho, y las escenas de paz pronto fueron invadidas con el terror y la matanza.
El cristianismo no podía tener tal descanso, porque hay en él
una fuerza conquistadora del mundo, que lo impele a todo peligro para
propagarse, y la fermentación del nuevo vino del evangelio de libertad,
era seguro, que tarde o temprano debía romper las formas de la ley
judaica.
Al fin se levantó en la iglesia un hombre en quien estaban incorporadas estas tendencias agresivas.
Este fue Esteban, uno de los siete diáconos que habían sido
nombrados para velar sobre los negocios temporales de la sociedad
cristiana.
Era un hombre lleno del Espíritu Santo y poseía dones que la
brevedad de su carrera bien podía sugerir, pero que no permitía
desarrollarse por sí mismos.
Iba de sinagoga en sinagoga predicando el oficio mesiánico de
Jesús, y anunciando el advenimiento de la libertad del yugo de la
antigua ley.
Se encontró con los campeones de la ortodoxia judaica, pero no
eran capaces de comprender su elocuencia y celo santo. Sobrepujados en
argumentos, ellos empuñaron otra clase de armas y excitaron a las
autoridades y al populacho al fanatismo sanguinario.
Una de las sinagogas en las cuales acontecieron disputas de
esta clase, fue la de los cilicianos, los paisanos de Pablo. ¿Pudo éste
haber sido un rabí en esta sinagoga y uno de los oponentes de Esteban
en la argumentación? En todo caso cuando el argumento de la lógica fue
cambiado por el de la violencia él estaba al frente.
Cuando los testigos que arrojaron las primeras piedras se desnudaban
para su obra, pusieron sus vestidos a sus pies. Allí, en el teatro de
aquella escena de salvajismo, en el campo del asesinato judicial, vemos
su figura que permanecía un poco apartada, y vivamente vuelta contra
las masas de perseguidos no recordados en el registro de la fama; a sus
pies la confusa mezcla de mantos de variadas clases, y ante su vista
el santo mártir, de rodillas en el momento de morir y orando así: "¡Señor, no les imputes tal pecado!".
El Perseguidor
Su celo en esta ocasión puso a Pablo prominentemente bajo el conocimiento de las autoridades.
Es probable que procurara tener un asiento en el concilio,
donde pronto después lo encontramos dando su voto contra los
cristianos.
De todos modos, este celo hizo que se le confiara la obra de
la destrucción completa del cristianismo, a lo cual ahora se habían
resuelto las autoridades.
El aceptó la proposición, porque creía que era la obra de Dios.
Vio con más claridad que cualquier otro que el designio del
cristianismo, si se propagaba con potencia, era trastornar todo lo que
él consideraba más sagrado.
La anulación de la ley era, a sus ojos, la extinción del único
medio de ser salvo, y la fe en un Mesías crucificado una blasfemia
contra la esperanza Divina de Israel.
Además tenía un profundo interés personal en la tarea. Hasta
ahora se había esforzado en agradar a Dios, pero siempre sintió que sus
servicios eran cortos; aquí hubo una oportunidad para recuperar todos
los atrasos por medio de un espléndido acto de servicio.
Fue la agonía de su alma lo que hizo enérgico su celo. En todo caso no
era hombre que hiciera las cosas a medias; y se arrojó temerario a su
empresa.
Terribles fueron las escenas que sucedieron. Voló de sinagoga
en sinagoga y de casa en casa, arrastrando hombres y mujeres, que
fueron puestos en prisión y castigados.
Parece que algunos fueron condenados a muerte y a los más
infames ultrajes de la plebe; otros fueron obligados a blasfemar del
nombre del Salvador.
La iglesia de Jerusalén fue esparcida, y los miembros que escaparon de
la ira del perseguidor se desbandaron por los países y provincias
vecinas.
Parece demasiado llamar a esto el último período de la
preparación inconsciente de Pablo para su carrera apostólica, pero en
verdad así fue.
Al entrar en la carrera de perseguidor iba en derechura por la
línea del credo en el cual había sido educado, y esta era su reducción
a lo absurdo.
Además, por la obra de gracia de Aquel, cuya gloria más alta
es traer del mal el bien, resultó que estos hechos tristes engendraron
en la mente de Pablo una humildad tan grande, una voluntad tal para
servir al menor de los hermanos de quienes había abusado, y un celo por
redimir el tiempo perdido que más tarde fueron los estímulos de su
actividad en la nueva carrera que emprendió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario