La Vida del Apóstol Pablo
Capítulo 4:
SU EVANGELIO
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En Esta entrega veremos:
Su permanencia en Arabia
El fracaso de la justificación humana
La caída, la causa fundamental del fracaso
La justificación de Dios
Las peculiaridades notables del evangelio de Pablo
Su Permanencia en Arabia
Cuando
un hombre ha sido repentinamente convertido, como Pablo, por lo
general es guiado por un fuerte impulso a dar testimonio de su caso.
Tal testimonio es muy impresionante, porque es el de un alma que
está recibiendo sus primeras luces de las realidades del mundo
invisible; y hay tal viveza en el informe que da de ellas, que produce
los efectos irresistibles de la realidad y la evidencia.
No podemos decir con certeza si Pablo se entregó de una vez a este impulso o no.
El lenguaje del Libro de los Hechos, donde se dice que "luego predicó a Cristo en las sinagogas", nos conduciría a suponerlo.
Pero aprendemos de sus escritos, que hubo otro impulso poderoso que
al mismo tiempo tenía influencia sobre él; y es difícil averiguar a
cuál de los dos obedeció primero.
Este impulso fue el deseo de retirarse a la soledad y profundizar
el significado y los resultados de lo que le había acaecido.
No sería extraño que él considerara esto como una necesidad. Había
sido ejemplarmente leal a su primer credo y lo había consagrado todo a
él; pero verlo de repente despedazado debe haber sido cosa que le
trastornó de un modo muy severo.
La nueva verdad que le había iluminado fue tan penetrante y
revolucionaria que no podía ser entendida de una vez en todas sus
relaciones.
Pablo era un pensador de nacimiento. No le era suficiente
experimentar alguna cosa; tenía que comprenderla y ajustaría a la
estructura de sus convicciones.
Por este motivo, inmediatamente después de su conversión, partió, según él mismo nos lo dice, para Arabia.
En verdad no expresa el objeto que le llevó allá; pero como no hay
ningún registro de sus predicaciones en aquel país, y la declaración de
su viaje se halla en medio de una vehemente defensa de la originalidad
de su evangelio, podemos concluir con una muy considerable certeza,
que se retiró con el fin de comprender las relaciones y los detalles de
la revelación de que había sido hecho poseedor.
En el silencio de su retiro solitario formuló su importantísima
consulta, y cuando volvió a los hombres, ya estaba en posesión de aquel
juicio del cristianismo que tan peculiar le fue, y que más tarde formó
el tema de sus predicaciones.
Hay alguna duda en cuanto al lugar preciso de su retiro, porque Arabia es una palabra de vago y variable significado.
Pero más probablemente denota la Arabia de las peregrinaciones, cuyo punto de cita principal !Fue el Monte Sinaí!
Era éste un recinto santificado por grandes memorias y por la
presencia de varios de los prohombres de la revelación. Aquí Moisés
había visto la zarza ardiendo, y se había comunicado con Dios en la
cima de la montaña. Aquí Elías se había retirado, perdida la esperanza,
y bebido de nuevo en las fuentes de la inspiración.
¿Qué lugar hubiera sido más a propósito para las meditaciones de este sucesor de aquellos hombres de Dios?
En los valles donde el maná cayó, y a la sombra de las cumbres que
habían ardido a los pies de Jehová, profundizó el problema de su vida.
Es un gran ejemplo, pues la originalidad en la predicación de la
verdad religiosa depende de la intuición solitaria de ella.
Pablo gozó de la especial inspiración del Espíritu Santo; pero esto
no hizo innecesaria la actividad concentrada de su mente, sino la hizo
más intensa; y la claridad y certidumbre de su evangelio fueron
debidas a estos meses de meditación en el desierto.
Su retiro puede haber durado un año o más; porque entre su conversión y
su partida final de Damasco, adonde volvió desde Arabia, pasaron tres
años, y uno de ellos, a lo menos, fue empleado en el camino.
No tenemos registro detallado de cuáles eran los bosquejos de su
evangelio, hasta un período muy posterior a éste; pero como dichos
bosquejos, cuando se distinguen por primera vez, son sólo un trasunto de
las características de su conversión, y como su intelecto trabajó
mucho y poderosamente en la interpretación de este evento en aquel
período, no puede dudarse de que el evangelio bosquejado en las
Epístolas a los Romanos y a los Gálatas era en sustancia el mismo que
había predicado desde el principio. Estamos seguros en inferir de estos
escritos nuestra historia de sus meditaciones en Arabia.
El fracaso de la justificación humana
El
punto de partida del pensamiento de Pablo era todavía la convicción,
heredada de generaciones piadosas, de que el verdadero fin y la
felicidad del hombre consisten en gozar del favor de Dios.
Este fin había de ser alcanzado por la justicia: solamente con
los justos podía Dios estar en paz; y solamente a ellos podía
favorecer con su amor.
Por esta razón, alcanzar la justicia debía ser el móvil principal del hombre.
Pero el hombre no había alcanzado la justicia, y por ello
había perdido el favor de Dios, y se había expuesto a su ira.
Pablo prueba esto llamando la atención hacia el cuadro de la
historia de los hombres en los tiempos precristianos, en sus dos
grandes secciones, la de los gentiles y la de los judíos.
El fracaso de los gentiles.- Los
gentiles fracasaron. Podía, en verdad, suponerse que no habían tenido
las condiciones preliminares para buscar la justicia, porque no gozaron
de la ventaja de una revelación especial.
Pero Pablo sostiene que aun los gentiles conocen bastante de
Dios para tener conciencia del deber de buscar la justicia.
Hay una revelación natural de Dios en sus obras, y en el
íntimo sentido humano, suficiente para iluminar a los hombres en cuanto
a este deber. Pero los gentiles, en vez de hacer uso de esta luz, la
extinguieron culpablemente.
No quisieron retener a Dios en su conocimiento ni conformarse
con las restricciones que está sola noción les imponía.
Corrompieron la idea de Dios para proporcionarse los goces de una vida inmoral.
La venganza de la naturaleza vino sobre ellos en el oscurecimiento y la confusión de sus inteligencias.
Cayeron en la insensatez de cambiar la naturaleza gloriosa e
incorruptible de Dios en la imagen de hombres y bestias, aves y
reptiles.
A esta degeneración intelectual siguió una degeneración moral
más profunda. Dios, cuando ellos le abandonaron, les abandonó a ellos
también; y cuando su gracia restrictiva fue quitada, cayeron en los
abismos de la podredumbre moral.
La concupiscencia y la pasión les dominaron, y su vida llegó a ser una masa de enfermedades morales.
Hacia el fin del primer capítulo de la epístola a los Romanos
las características de su condición son bosquejadas en colores que
podían haberse tomado de la habitación de los demonios, pero que fueron
tomados literalmente, como se prueba con toda claridad por las páginas
aun de los historiadores gentiles, de la condición de las naciones
paganas cultas en aquel tiempo.
Esta, entonces, era la historia de una mitad del género
humano: había caído enteramente de la justicia, y se expuso a la ira de
Dios, que es revelada del cielo contra toda injusticia de los hombres.
El fracaso de los judíos. —
Los judíos componían la otra mitad del mundo. ¿Habían tenido éxito
donde los gentiles habían fracasado? Gozaron, en verdad, de grandes
ventajas sobre los gentiles, porque poseyeron los oráculos de Dios, en
los cuales la naturaleza Divina fue exhibida en una forma que la hizo
inaccesible a la perversión humana, y la ley Divina fue escrita con
igual claridad en la misma forma.
¿Pero habían aprovechado estas ventajas? Una cosa es saber la ley, y
otra cumplirla; y la justicia consiste en cumplirla, no en saberla.
Entonces,
¿habían cumplido la voluntad de Dios, la cual conocieron? Pablo había
vivido en la misma Jerusalén en donde Jesús atacó la corrupción e
hipocresía de los escribas y fariseos; había examinado íntimamente las
vidas de los representantes de su nación; y no vacila en acusar a los
judíos en masa de los mismos pecados que a los gentiles; va todavía más
allá: dice que por ellos el nombre de Dios fue blasfemado entre los
gentiles.
Se jactaban de su conocimiento, y de ser los que llevaban la
antorcha de la verdad, cuya llama resplandeciente sacó a luz los
pecados de los paganos.
Pero su religión era una crítica amarga de la conducta de
otros. Se olvidaron de examinar su propia conducta a la luz de la misma
antorcha; y mientras repetían, "no hurtes", "no cometas adulterio", y una multitud de otros mandamientos, ellos mismos eran culpables de estos pecados.
En estas circunstancias, ¿qué bien reportaban de sus
conocimientos? Solamente les condenaron más; porque su pecado era en
contra de la luz.
Mientras los paganos conocían tan poco que sus pecados eran
comparativamente inocentes, los pecados de los judíos eran conscientes y
presuntuosos.
La superioridad de que se jactaban se convirtió por esta razón
en inferioridad. Fueron mucho más condenados que los gentiles a
quienes despreciaron, y se expusieron a una maldición más pesada.
La caída, la causa fundamental del fracaso.
La verdad es que tanto los gentiles como los judíos habían fracasado por una misma razón.
Seguid estas dos corrientes hasta los manantiales de su origen
y llegaréis a un punto donde no son dos corrientes sino una y antes
que la bifurcación aconteciera, algo había sucedido que predeterminó el
fracaso de ambos.
En Adán todos cayeron, y de él todos, tanto gentiles como
judíos, heredaron una naturaleza demasiado débil para alcanzar la
justicia.
La naturaleza humana es carnal ahora, no espiritual. Y por esto no es capaz de esta acción espiritual suprema.
La ley no pudo alterar esto; no tuvo poder creador para hacer
de lo carnal espiritual; al contrario agravó el mal; en realidad,
multiplicó las ofensas, porque su descripción plena y clara de los
pecados, que hubiera sido una incomparable guía para la naturaleza
normal y sana, se convirtió en tentación para la naturaleza morbosa.
El mismo conocimiento del pecado impele a hacerlo; el mismo
mandamiento de no hacer alguna cosa es para la naturaleza enferma una
razón de hacerla.
Este fue el efecto de la ley: multiplicó y agravó las transgresiones y este fue el intento de Dios.
No que fuera el autor del pecado, sino que como un hábil
médico, que algunas veces tiene que usar ciertas medicinas para madurar
una llaga antes de curarla, así Dios permitió que los paganos
siguieran su propio camino, y dio a los judíos la ley para que el
pecado de la naturaleza humana exhibiera todas sus cualidades inherentes
antes de intervenir en su curación.
La curación, sin embargo, fue su constante y real propósito;
les encerró a todos bajo el pecado para tener de todos también
misericordia.
La justificación de Dios
La
desesperación del hombre fue la oportunidad para Dios. No, en verdad,
en el sentido de que habiendo fracasado un modo de salvación, Dios
inventara otro.
La ley nunca, en su intento, había sido un modo de salvación;
fue solamente un medio de ilustrar la necesidad de la salvación.
Pero el momento en que esta demostración llegó a ser completa,
fue la señal para que Dios manifestara el método que había guardado en
su consejo durante las generaciones de la prueba humana.
Nunca había sido su intento permitir que el hombre fracasara
en su verdadero fin, solamente dio tiempo para probar que el hombre
caído nunca podía alcanzar la justificación por sus propios esfuerzos; y
cuando se hubo demostrado que la justificación del hombre era
imposible, reveló su secreto, la justificación de Dios.
Este fue el cristianismo. Esta fue la suma, y éste fue el resultado de
la misión de Cristo: conferir al hombre, como un don gratuito, lo que
es indispensable para su felicidad, pero que él mismo no ha podido
alcanzar.
Es un acto Divino; es la gracia; y el hombre lo obtiene
reconociendo que él mismo no ha podido alcanzarlo, y aceptándolo de
Dios. Se obtiene por la fe solamente. Es la justificación de Dios por
la fe en Jesucristo para todos los que creen.
Aquellos que así la reciben entran desde luego en la posesión
de la paz y favor de Dios, que es en lo que consiste la felicidad
humana y que fue el fin que tenía delante Pablo cuando se esforzaba en
alcanzar la justificación por la ley.
"Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia
en la cual estamos firmes y nos gloriamos en la esperanza de la gloria
de Dios".
Es una vida brillante de gozo, paz, y esperanza la que disfrutan aquellos que han llegado a conocer este evangelio.
Puede haber pruebas en ella; pero cuando la vida del hombre
descansa en la adquisición de su verdadero fin, las pruebas son
ligeras, y todas las cosas actúan juntamente para bien.
Esta justificación de Dios es para todos los hijos de los
hombres. No para los judíos solamente, sino para los gentiles también.
La demostración de la incapacidad del hombre para alcanzar la
justificación fue hecha de acuerdo con el propósito Divino en ambas
secciones de la raza humana, y su cumplimiento fue la señal para la
exhibición de la gracia de Dios igualmente a ambas.
La obra de Cristo no fue para los hijos de Abraham, sino para los
hijos de Adán. Como en Adán todos murieron, así todos en Cristo
vivirán.
Los gentiles no tenían necesidad de sujetarse a la
circuncisión y guardar la ley para poder ser salvos, porque la ley no
era parte de la salvación; perteneció enteramente a la demostración
preliminar del fracaso del hombre; y cuando había cumplido este
servicio, estuvo lista para desaparecer.
La única condición humana de obtener la justificación de Dios,
es la fe; y esta condición es tan accesible al gentil como al judío.
Esta fue una deducción de la propia experiencia de Pablo. En
su conversión había sido tratado, no como judío sino como hombre.
Ningún gentil hubiera tenido menos derecho de obtener la salvación por los propios méritos que él.
Pero la ley, lejos de conducirle un solo paso hacia la
salvación, le había apartado todavía más de Dios que a cualquier
gentil, y le había arrojado en una condenación más profunda.
Entonces, ¿para qué aprovecharía a los gentiles estar
colocados en tal puesto? Para obtener la justificación, en la cual
ahora Pablo se regocijaba, no había hecho nada que no hubiera estado en
el poder de todo ser humano.
Fue este amor universal de Dios, revelado en el evangelio, lo que inspiró a Pablo su ilimitada admiración del cristianismo.
Sus simpatías habían sido restringidas y limitadas a una
concepción mezquina de Dios. La nueva fe libertó su corazón y lo sacó
al aire libre y puro.
Dios vino a ser un nuevo Dios para él. Llama su descubrimiento
el misterio que había sido escondido por edades y generaciones, pero
que había sido revelado a él y a los demás apóstoles.
Le pareció ser el secreto de los tiempos y estar destinado
para inaugurar una nueva era, mucho mejor que cualquiera otra que el
mundo hubiera visto.
Lo que los reyes y profetas no habían conocido, le había sido
revelado a él. Se le presentó como la mañana de una nueva creación.
Dios ofrecía ahora a todos los hombres la suprema felicidad de
la vida; aquella justificación por la que se habían esforzado en vano
en las edades pasadas.
Este secreto de la nueva época, en realidad, no había sido
totalmente ignorado en los tiempos anteriores. Había sido atestiguado
por la ley y por los profetas.
La ley pudo dar testimonio de él sólo negativamente, por la demostración de su necesidad.
Pero los profetas lo anticiparon de un modo positivo.
David, por ejemplo, describió la bienaventuranza del hombre a quien Dios ha imputado la justificación sin obras.
Todavía más claramente Abraham lo había anticipado. Fue un
hombre que alcanzó la justificación, y no por las obras, sino por la
fe. Creyó en Dios, y le fue imputado a él para justificación.
La ley nada tenía que ver con su justificación, porque no
existió hasta cuatro siglos después; ni la circuncisión tenía que ver
con ella, porque fue justificado antes que este rito se instituyera.
En resumen, fue como hombre y no como judío que fue tratado por Dios, y
Dios pudo tratar a cualquier ser humano de la misma manera.
El camino escabroso de la justificación legal, sagrado en
concepto de Pablo, le había hecho pensar alguna vez que Abraham y los
profetas lo habían recorrido antes que él.
Ahora conoció que su vida de místico gozo y sus salmos de
santa calma fueron inspirados por experiencias muy diferentes, las
cuales ahora estaban difundiendo la paz del cielo también en su
corazón.
Pero solamente los primeros rayos de la mañana habían sido
vistos por ellos; el día perfecto había llegado en el tiempo de Pablo.
El descubrimiento de Pablo de este camino de la salvación fue una experiencia actual.
Conoció simplemente que Cristo, en el momento en que lo
encontró, le había colocado en aquella posición de paz y favor con Dios
que tanto había buscado en vano; y en cuanto pasó el tiempo, sintió
más y más que en esta posición estaba disfrutando la verdadera
felicidad de la vida.
De aquí en adelante su misión sería proclamar este
descubrimiento en su realidad simple y concreta bajo el nombre de la
justificación de Dios.
Pero un entendimiento como el suyo no pudo menos que preguntar cómo la posesión de Cristo había hecho tanto para él.
En el desierto de Arabia estudió esta cuestión, y el evangelio que predicó después contenía la respuesta luminosa.
De Adán sus hijos reciben una triste doble herencia: una deuda de
culpas que no pueden reducir, pero que, en cambio, está creciendo
constantemente, y una naturaleza carnal incapaz de alcanzar la
justificación.
Estas son las dos características de la condición religiosa
del hombre caído, y son la doble fuente de todas sus miserias.
Pero Cristo es un nuevo Adán, una nueva cabeza de la
humanidad; y aquellos que están unidos con Él por la fe llegan a ser
herederos de una doble herencia de clase precisamente opuesta.
Por un lado, como por nuestro nacimiento en la línea del
primer Adán heredamos la culpa inevitablemente, así por nuestro
nacimiento, en la línea del segundo conseguimos una herencia ilimitada
de méritos, que Cristo, como la cabeza de su familia, hace de propiedad
común para sus miembros.
Esto extingue la deuda de nuestra culpa y nos hace ricos en la justificación de Cristo. "Como
por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos
pecadores, así por la obediencia del otro los muchos serán constituidos
justos".
Por otro lado, de la misma manera que Adán trasmitió a su
posteridad una naturaleza carnal alejada de Dios e incapaz para la
justificación, así el nuevo Adán imparte a la raza, de la que es
Cabeza, aquella naturaleza espiritual inclinada hacia Dios y que se
goza en la justificación.
La naturaleza del hombre, según Pablo, consta normalmente de tres elementos:
Cuerpo, alma y espíritu.
En su constitución original, estos ocuparon relaciones definidas de
superioridad y subordinación unos respecto de otros, siendo supremo el
espíritu, inferior el cuerpo, y ocupando el alma una posición media.
Pero la caída desarregló este orden, y todos los pecados
consisten en la usurpación por el cuerpo o el alma del lugar del
espíritu.
En el hombre caído, estas dos secciones inferiores de su
naturaleza, que juntas forman lo que Pablo llama la carne, o sea aquel
lado de la naturaleza humana que mira hacia el mundo y hacia el tiempo,
han tomado posesión del trono y gobiernan completamente la vida;
mientras el espíritu, el lado del hombre que ve hacia Dios y hacia la
eternidad, ha sido destronado y reducido a la condición de ineficacia y
muerte.
Cristo restaura la superioridad perdida del espíritu del hombre, tomando posesión de él por su propio Espíritu.
Su Espíritu mora en el espíritu humano, vivificándolo y
sustentándolo con una fuerza tan creciente que llega a ser más y más la
parte suprema de la constitución humana.
El hombre cesa de ser carnal y llega a ser espiritual. Es
guiado por el Espíritu de Dios y viene a estar más y más en armonía con
todo lo que es Santo y Divino.
Pero la carne no se sujeta fácilmente a la pérdida de la
supremacía. Interrumpe y obstruye la marcha progresiva del espíritu, y
lucha para volver a tomar posesión del trono.
Pablo ha descrito con viveza terrible esta lucha en la que
todas las generaciones de los cristianos han reconocido los caracteres
de su experiencia más profunda.
Mas el resultado de la lucha no es dudoso. El pecado no
volverá a tener dominio sobre aquellos en quienes el Espíritu de Cristo
mora, ni les alejará de su posición en el favor de Dios.
Las peculiaridades notables del evangelio de Pablo
Tales son los bosquejos sencillos del evangelio que Pablo trajo
consigo de la soledad de Arabia, y que después, con entusiasmo
incansable predicó.
Este evangelio no pudo menos que ser mezclado en su mente y
en sus escritos con las peculiaridades de su propia experiencia como
judío, y éstas hacen difícil para nosotros comprender su sistema en
algunos de sus detalles.
La creencia en la cual había sido educado, de que ningún
hombre podía ser salvo sin hacerse judío, y las nociones acerca de la
ley, de las que tuvo que librarse, están muy distantes de nuestras
simpatías modernas.
Sin embargo, su teología no pudo formularse en su
entendimiento, sino en contraste con estas concepciones falsas.
Esto posteriormente vino a ser todavía más inevitable
cuando se encontró con sus antiguos errores sirviendo como lemas de un
partido dentro de la misma iglesia cristiana contra el cual tuvo que
hacer una larga y obstinada guerra.
Aunque este conflicto le forzó a expresar con mayor
claridad sus opiniones, las embarazó con referencias a sentimientos y
creencias que ahora han perdido su interés entre los hombres.
Pero a pesar de estos obstáculos, el evangelio de Pablo
sigue siendo una propiedad de valor incalculable para la raza humana.
Su investigación profunda del fracaso y de las necesidades
de la naturaleza humana, su maravilloso desenvolvimiento de la
sabiduría de Dios en la educación del mundo precristiano, y su
presentación de la profundidad y universalidad del amor Divino, figuran
entre los elementos más notables de la revelación.
Pero es en su manera de concebir a Cristo en lo que el evangelio de Pablo lleva su corona imperecedera.
Los evangelistas bosquejaron con numerosas características
de hermosura simple y conmovedora la manera de la vida terrestre del
hombre Jesús, y en éstos se buscará el modelo de la conducta humana;
pero para Pablo fue reservada la tarea de hacer conocer en sus alturas y
profundidades la obra que el Hijo de Dios cumplió como Salvador de la
raza.
Pocas veces se refiere a los incidentes de la vida
terrestre de Cristo, aunque aquí y allí manifiesta que los conoció
bien.
Para él, Cristo fue siempre el Ser Glorioso, brillando con
el resplandor del cielo, que le había aparecido en el camino de
Damasco, y el Salvador que le había elevado a la paz y gozo celestiales
de la nueva vida.
Cuando la iglesia de 'Cristo piensa en su Cabeza como libertador del
alma del pecado y de la muerte, como influencia espiritualizadora que
siempre está con ella y actúa siempre en cada uno de los creyentes, y
como Señor sobre todas las cosas, el cual vendrá otra vez aparte de
pecado para salvación, lo hace en formas de pensamiento dadas por el
Espíritu Santo por instrumentalidad de Pablo.
Dios les continué Bendiciendo.
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