«PADRE NUESTRO»
¿CÓMO ES DIOS?
¡Cuán vívidas y grandiosas, cuán
majestuosas y sobrecogedoras son las descripciones de nuestro Dios que se hacen
en la Biblia!
La primera impresión que me formé
de Dios es que Él es el gran Creador y Hacedor de todas las cosas, una
impresión que adquirí sentado en las rodillas de mi madre, exactamente como
usted puede haber adquirido la suya.
Más adelante leí:
Porque he aquí, el que forma los montes, y crea el viento, y anuncia al
hombre su pensamiento; el que hace de las tinieblas mañana, y pasa sobre las
alturas de la tierra; Jehová Dios de los ejércitos es su nombre (Amós 4:13).
Sus supremos poderes nos fascinan:
«Porque las cosas invisibles de Él, su
eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del
mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas […]» (Romanos 1:20).
Nos quedamos asombrados delante
de un Dios así. Otra impresión de mi niñez, que mi madre y la misma Biblia
imprimieron en mí, era que Dios no solamente es el Creador, sino que también es
«Dios el Juez de todos» (Hebreos 12:23).
Él traerá toda obra a juicio, visible o invisible, buena o mala
(Eclesiastés 12.14). Por lo tanto, habiendo oído del temor del Señor (2a
Corintios 5:11) y de la certeza del juicio, nosotros los humanos nos llenamos
de asombro delante de Él.
SOMOS FAMILIA DE ÉL No obstante,
la más entrañable y preciosa impresión de Dios no es que Él tiene poder sin
límite, ni que es Juez de todos, sino que es nuestro Padre.
Si es nuestro Padre, entonces
somos familia de Él, y Él cuida de nosotros. Son los seres humanos, no los
animales, los que son hechos a imagen de Dios (Santiago 3:9).
Debido a Su interés en nosotros,
dijo Dios a Cristo: «Hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza» (Génesis 1:26).
Esta es una atrayente idea que
los evolucionistas no pueden disfrutar, pues ellos creen que el hombre está
hecho a imagen de algún animal inferior.
Los que creen en la Biblia se
regocijan de que el hombre fue «hecho poco menor que Dios» (Salmos 8:5), y de
que es hijo del «Padre de los espíritus» (Hebreos 12:9). Todos los hombres son
hijos de Dios por creación, y hay un Padre de toda la humanidad (Génesis 6:2;
Lucas 3:38; Hechos 17:26).
Estimulante es, pues, la idea de
que nuestro linaje no proviene de abajo, sino del cielo. No obstante, un hombre
que sólo se regocija de ser hijo de Dios por creación, que jamás llega a ser
hijo de Dios por el evangelio, tiene un final peor que el de los animales
inferiores.
Los animales inferiores mueren y
dejan de existir; pero hay algo en el hombre que nunca puede morir, que está en
peligro de quemarse en fuego eterno.
Al que tiene el privilegio de
llevar la imagen de Dios, pero rehúsa obedecer a su Padre, mejor le fuera no
haber nacido.
Para estar completo, un hombre
debe ser hijo de Dios en dos sentidos: creación y nueva creación.
Les nace como bebé a padres
terrenales, pero debe nacer de nuevo (Juan 3:3). Debe convertirse en «nueva
criatura» (2a Corintios 5:17) en Cristo el Señor.
«De cierto, de cierto», dijo
nuestro Señor, «a menos que un hombre nazca de agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5).
SOMOS PRECIOSOS PARA ÉL Jesús conoce
el sentimiento que brota en su corazón cuando usted se imagina a su padre, y Él
quiso que Sus discípulos se imaginaran a Dios de ese modo. Puesto que un padre
terrenal hará sacrificios para poner pan en la boca de su hijo, «¿cuánto más
vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?»
(Mateo 7:11). Él, por ser ilimitado, sabe de mí más de lo que yo mismo sé, y
muestra de ello es que tiene contados aun los cabellos de mi cabeza (Lucas 12:7).
El que no olvida ni siquiera a un pajarillo, tranquiliza a sus hijos,
diciéndoles: «No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos»
(Lucas 12:7).
Una madre de siete niños dijo:
«Cada uno de mis hijos es tan precioso como todos los demás». Un padre humano
es amoroso, pero ¡cuánto más lo es el Padre infinito! Él vela celosamente por
mí, y al mismo tiempo está igualmente preocupado por una persona que está al
otro lado del planeta.
Conoce los nombres de más de seis
mil millones de personas que ahora viven, y de otros miles de millones más que
están en el mundo de los espíritus.
Él oye cuando las almas que están
bajo del altar (los que sufren persecución) claman al Redentor (Apocalipsis 6:9–10).
Cada una de las más de seis mil
millones de imágenes de Dios que todavía están en la carne, pueden clamar a Él
al unísono; no le agobia el oírlas todas. No, Él oye a cada una de ellas con la
misma paciencia e interés de corazón que si se tratara de la única persona
sobre la tierra.
SOMOS RESPONSABLES Por supuesto
que el Padre no oye al que ora insinceramente. Hasta una oración del que aparta
su oído de la ley de Dios, es repulsiva y abominable (Proverbios 28:9).
Los ojos del Señor están sobre
los justos, y Sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está
contra los que hacen el mal (1ra Pedro 3:12).
Él pide a los que desean hacer el
bien que le hablen a Él siempre, y que no desmayen (Lucas 18:1).
Tanto el padre terrenal como el
Padre celestial se complacen cuando un hijo hace una pausa para decir
«Gracias».
El gran corazón del Padre se
contrista cuando salgo de mi recámara por la mañana sin hablar con Él, y le
causa dolor que de una manera descarada y desconsiderada lleve yo a cabo las
actividades del día sin confiarme a Él y sin suplicar Su cuidado providencial.
Cuando usted, al igual que Jesús
(Marcos 1:35), considera que no puede llegar al final del día, ni hacer lo que
debe hacer, sin haber tenido una conversación privada con su solícito Padre,
Este se complace. Cuando usted va a un lugar desierto, o entra en un jardín
«cuando todavía está el rocío en las rosas», con el fin de hablar a su Dios en
secreto, usted recibirá fortaleza para el día, y no será blanco fácil para
Satanás. «[…] Y como tus días serán tus fuerzas» (Deuteronomio 33:25).
Si usted, al igual que Daniel, se
toma un tiempo a mitad del día, para sentarse en lugares celestiales con un
compañero Divino, usted será más amable y más paciente a medida que su día de
trabajo avanza.
En la noche, no deje de expresar
gratitud por su pan y su lecho, por sus familiares y amigos, por misericordias
y protección, por el perdón y la purificación; el gozo de la salvación le será
restaurado, y su sueño será más profundo y lleno de paz.
TENEMOS AUDIENCIA CON ÉL Usted
tiene un Padre. Él es su Padre. Los humanos tenemos el privilegio de hablar
directamente con el Dios altísimo, el poseedor del cielo y de la tierra, el
Padre celestial. ¿Por qué deberíamos ser tentados a orar a otro? Es triste que
a millones de niños inocentes se les enseñe a orar a María y a los santos.
Ni siquiera a los ángeles se les
ha de dar deferencia indebida (Mateo 4:10; Colosenses 2:18; Apocalipsis 22:8–9),
mucho menos a seres humanos, estén en su cuerpo o fuera de él (Hechos 10:25–26;
14:15).
Los que oran a María están
adorando y sirviendo «a [la criatura] antes que al Creador, el cual es Bendito
por los siglos» (Romanos 1:25).
Regocijémonos de que podemos
hablar al Padre como un hombre habla con un amigo, y que a uno y otro lado están
el Espíritu Santo (Romanos 8:26– 27) y Jesús (1ra Juan 2:1) para interceder por
nosotros.
Habrá quienes crean que es
demasiada confianza usar el «Tú» y no el «Usted» para hablar con Dios. Es
cierto que el uso de «usted» es más formal, pero el lenguaje formal no es más
respetuoso que las palabras corrientes.
No es así, no hay límite a la
confianza que se pueda tener con el Padre, a quien le gustaría pasear con usted
del mismo modo que paseó con Adán bajo las ramas de los árboles del Edén al
fresco del día antes que el pecado entrara en el mundo (tal como lo insinúa Génesis
3:8).
Es posible para un humano andarse
con demasiadas ligerezas con Dios, y esto es algo que debe censurarse. No
obstante, en el sentido de una amistad estrecha, con Dios debe tenerse
confianza, pues fuimos hechos a Su imagen.
Podemos acercarnos a Él con
nuestros más profundos pensamientos; Él conoce todo acerca de nosotros.
Nuestras vidas deben servir para alabanza y gloria de Su gracia.
TENEMOS SU CUIDADO Y PREOCUPACIÓN
Cuando me quejo de mi situación en la vida, o de lo que he tenido que padecer, la
intachable conducta de José cuando fue maltratado, debería avergonzarme. La
mano del Padre estuvo en todo lo que le sucedió. El Padre de José y mío manda
que yo eche toda mi ansiedad sobre Él, porque tiene cuidado de mí (1ra Pedro 5:7).
Cuando estoy tentado de quejarme,
Él reprende amablemente, diciendo: «Habéis olvidado» que a un hijo hay que
disciplinarlo de vez en cuando (vea Hebreos 12:5).
Tanto en el Antiguo como en el
Nuevo Testamento, Él me ha suplicado que entienda esto: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando
eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo
el que recibe por hijo» (Hebreos 12.5).
Hubo momentos en los que le pedí
a mi padre terrenal (a veces con lágrimas) cosas que no me concedió. Él sabía
que no iban a ser buenas para mí. A veces el Padre celestial, debido a que me
ama, rehúsa darme lo que pido. Él sabe mejor que yo.
Cuando llegue a la ancianidad,
delante de Él todavía seré joven. Él nunca deja de oír, ni de responder de la
mejor manera mi oración y la suya, siempre y cuando guardemos sus mandamientos
y hagamos las cosas que son agradables a Él (1ra Juan 3:22).
Si hay algo que usted pide una y
otra vez, pero se le niega, recuerde a Pablo, que repetidamente oró para que le
quitaran el aguijón en la carne (2a Corintios 12:8–9).
La Palabra de fe nos tranquiliza
con que Dios no quitará el bien a los que andan en integridad (Salmos 84:11).
Él desea que usted sepa que al
responder negativamente su solicitud, Él hará que las cosas ayuden a bien. Si
usted, al igual que Jesús, ofrece «ruegos y súplicas con gran clamor y
lágrimas» (Hebreos 5:7) al que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efesios 3:20), Él no desea que
nos desconsolemos porque se nos niegue algo que pidamos. Puede ser que lo que
usted pide no conviene a usted o a otros.
Los ojos del Señor contemplan
toda la tierra (2o Crónicas 16:9), y miran adelante hacia la eternidad. El
Padre de Jesús no deseaba verlo sufrir, pero le negó lo que pidió en oración.
El Padre de Jesús es su Padre
también, y lo vio a usted antes, cuando todavía no había nacido.
Debido a que nos vio a usted y a
mí, y se preocupó por nosotros, Dios quebrantó a Su Hijo unigénito y lo sujetó
a padecimiento (vea Isaías 53:10).
Así la ferviente y penosa oración
de Uno que siempre agradó a Su Padre (Juan 8:29) no fue respondida.
Si el Padre declina su repetida
súplica, debe recordar que usted no es mejor que Su Hijo unigénito.
TENEMOS SU FIDELIDAD Usted cuenta
con un Padre todopoderoso que es eficaz para guardar su depósito para aquel día
(2a Timoteo 1:12). Para darnos certeza de tal Bendición eterna, Él hace que
todas las cosas ayuden a bien siempre y cuando usted lo ame (Romanos 8:28).
¿Cómo puede Él velar y acomodar
las situaciones de su vida de modo que todas ayuden a bien? La respuesta a esta
pregunta no debe preocuparle a usted. Preocúpese por creer y por no dudar.
Él hará lo que dijo. Dios es
fiel. No dude, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino fortalézcase en
fe, dando gloria a Dios Padre (Romanos 4:20).
Aun cuando parezca que ya tiene
más problemas de los que puede soportar, aun cuando los años de adversidad se
amontonen, crea en esperanza hasta el final para que sea fiel hasta la muerte.
TENEMOS SU SALVACIÓN No solamente
provee Él para usted personalmente (providencia personal y especial) al hacer
que todas las cosas ayuden a bien, sino que interviene cuando Satanás trata de
acercarse más de la cuenta.
Él no dejará que sea usted
tentado más de lo que puede resistir, sino que dará también la salida de esas
tentaciones que se interpongan en su camino (1ra Corintios 10:13).
Su Padre es más grande que todos,
y ni el hombre ni el diablo tienen poder para arrebatarle de Su mano (Juan 10:28–29).
Usted puede actuar de tal modo
que el buen Padre lo deseche para siempre (1o Crónicas 28:9), pero esto sería
culpa suya.
Si usted desea ir al cielo, Él es
poderoso para guardarle sin caída y presentarle sin mancha delante de Su gloria
con gran alegría (Judas 24).
Los que sean apartados y puestos
a la izquierda, y sean condenados para siempre, no podrán levantar el dedo
acusador diciéndole a Dios: «Es culpa
Suya».
No, a Él le duele cuando hacemos
mal, y ha hecho todo lo que un Padre bueno y justo puede hacer para salvarnos y
permitirnos estar con Él.
Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino
que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros
malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? (Ezequiel 33:11).
El Padre quiere que todos los
hombres sean salvos (1ra Timoteo 2:4). No desea que ninguno perezca (2a Pedro 3:9).
Del mismo modo que un padre
terrenal se compadece de sus hijos, se compadece el Padre celestial de los que
le temen, pues Él conoce nuestra debilidad, y se acuerda de que somos polvo
(Salmos 103:13). Él es «muy misericordioso y compasivo» (Santiago 5:11), y
«clemente […] lento para la ira, y grande en misericordia» (Salmos 103:8).
CONCLUSIÓN Por Su gracia podemos
formar parte de Su familia, recibir Su Espíritu, y orar al «Padre nuestro» de
un modo que los no cristianos no pueden hacer.
Sólo los que han sido bautizados
en Él verdaderamente pueden decir: «¡Abba, Padre!» (Gálatas 4:6).
Si usted verdaderamente puede
decir: «¡Abba, Padre!», usted ya no es hijo del diablo ni esclavo del pecado,
«sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo» (Gálatas 4:7).
Un príncipe puede andar con paso
enérgico y alegría de corazón, pero ¡cuánto más gozo debería usted tener por
ser hijo del Rey!
«Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos
de Dios» (1ra Juan 3:1).
Cuando ore, diga: «Padre nuestro».
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