Alzando las manos al cielo
Lectura: Romanos 8:18-27 18 Pues
tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con
la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. 19 Porque el anhelo
ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.
20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino
por causa del que la sujetó en esperanza; 21 porque también la creación misma
será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los
hijos de Dios. 22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está
con dolores de parto hasta ahora; 23 y no sólo ella, sino que también nosotros
mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro
de nosotros mismos, esperando la
adopción, la redención de nuestro
cuerpo. 24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no
es esperanza; porque lo que alguno ve,
¿a qué esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.
26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos
de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles. 27 Mas el que escudriña los corazones sabe
cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios
intercede por los santos.
Veo a niños que alzan sus
manos hacia sus madres, ansiosos por captar su atención. Me recuerda mis
propios esfuerzos por llegar a Dios en oración.
La iglesia primitiva declaró
que la obra de los ancianos es amar y orar. De estos dos, me parece que amar es
lo más difícil y orar es lo más confuso. Mi debilidad radica en no saber
exactamente por qué debo orar. ¿Debo orar para que los demás sean librados de
sus tribulaciones —o para que dichas tribulaciones desaparezcan? ¿O debo orar
pidiendo valentía para continuar en medio de las dificultades que les acosan?
Encuentro consuelo en las
palabras de Pablo: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad» (Romanos 8:26). Aquí el apóstol usa un verbo que significa «ayudar
uniéndose en una actividad o esfuerzo». El Espíritu de Dios se une al nuestro
cuando oramos. Él intercede por nosotros «con gemidos indecibles». Él se
conmueve con nuestras tribulaciones; a menudo suspira mientras ora. Se preocupa
profundamente por nosotros —más de lo que nos preocupamos por nosotros mismos.
Más aún, ora «conforme a la voluntad de Dios» (v. 27). Sabe cuáles son las
palabras correctas que hay que decir.
Por lo tanto, no tengo que
preocuparme por formular mi petición a la perfección. Sólo tengo que tener sed
de Dios y alzar mis manos, sabiendo que a Él Le importa. —
Al
orar, es mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón.
Oremos
a Dios en todo tiempo y lugar Él se complace cuando nosotros acudimos a Él en
oración y ruego, no desfallezcas cuando aparentemente tus oraciones no son
respondidas inmediatamente ya que Dios las responderá siempre a su tiempo, en
el tiempo de Dios NO en el nuestro.
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