Capítulo 8
SUS ESCRITOS Y SU CARÁCTER
Sus escritos
Su principal período
literario.- Se ha hecho notar que el tercer viaje misionero de Pablo terminó
con una visita a las iglesias de Grecia.
Esta visita duró
varios meses, pero la historia de ella en los Hechos está incluida en dos o
tres versículos.
Es probable que no abundara
en aquellos incidentes excitantes que naturalmente inducen al biógrafo a entrar
en detalles.
Sin embargo, sabemos
por otras fuentes que esa fue tal vez la época más importante de la vida de
Pablo; pues durante este medio año escribió la más grande de todas sus
epístolas, la de los Romanos, y otras dos de casi igual interés, la de los Galatas
y la segunda de los Corintios.
Así hemos entrado en
la porción de su vida más señalada por la obra literaria. Por grande que sea la
impresión de la notabilidad de este hombre, producida por el estudio de su
historia — Cuando se apresura de provincia en provincia, de continente en
continente, sobre la tierra y el mar, en persecución del objeto a que se había
dedicado—
Esta impresión se hace
mucho más profunda cuando recordamos que, al mismo tiempo, fue el pensador más
grande de su época, si es que no lo fue de cualquiera época, y que en medio de
sus trabajos exteriores estaba produciendo escritos que desde entonces han
figurado entre las fuerzas intelectuales más poderosas del mundo, y cuya
influencia crece todavía.
Bajo este concepto,
Pablo se levanta sobre todos los demás evangelistas y misioneros.
Algunos de ellos
pueden haberse aproximado a él en ciertos aspectos: Javier o Livingstone en el
instinto de conquistar el mundo, San Bernardo o Whitefield en la consagración y
actividad; pero pocos de estos hombres añadieron una sola idea nueva a las
creencias del mundo, mientras Pablo, igualándoles en su línea especial, dio a
la humanidad un nuevo mundo de pensamientos.
Si sus epístolas
pereciesen, la pérdida para la literatura sería la más grande posible, con una
sola excepción —la de los Evangelios—
que registran la vida, las palabras y la muerte de nuestro Señor Jesucristo.
Ellas han estimulado
la mente de la iglesia como ningún otro escrito lo ha hecho, y han esparcido en
el suelo del mundo multitud de semillas, cuyo fruto es ahora la posesión
general de los hombres.
De ellas se han
originado los lemas de progreso en todas las reformas que la iglesia ha
experimentado.
Cuando Lutero despertó
a Europa del sueño de los siglos, fue con una palabra de Pablo; y cuando, hace
cien años, Escocia fue levantada de la casi completa muerte espiritual, fue
llamada con la voz de hombres que habían vuelto a descubrir la verdad en las
páginas de Pablo.
La forma de sus escritos. — Sin embargo, al escribir sus epístolas, Pablo mismo
puede haber tenido poca idea de la
influencia que habían de tener en el futuro.
Las escribió
simplemente a demanda de su obra.
En el sentido más
estricto de la palabra, fueron cartas escritas para responder a ocasiones
particulares, y no escritos formales cuidadosamente proyectados y ejecutados con
vista de la fama o del porvenir.
Son buenas cartas,
ante todo, producto del corazón; y fue el corazón ardiente de Pablo, anhelando
el bien de sus hijos espirituales, o alarmado por los peligros a que estuvieron
expuestos, el que produjo todos sus escritos. Fueron parte de su trabajo diario.
De la misma manera que
volaba sobre mar y tierra para visitar de nuevo a sus convertidos, o enviaba a
Timoteo o a Tito para llevarles sus consejos y traerle noticias de cómo iban, así,
cuando no pudo valerse de estos medios, enviaba una carta con el mismo propósito.
El estilo de sus escritos. — Esto, parece, puede disminuir el
valor de sus escritos; podemos inclinarnos a desear que en vez de tener el
curso de su pensamiento determinado por las exigencias de tantas ocasiones
especiales, y su atención distraída por tantas particularidades minuciosas,
pudiera haber concentrado la fuerza de su mente en la preparación de un libro perfecto,
y explicado sus opiniones sobre los profundos asuntos que ocuparon su
pensamiento en una forma sistemática.
No puede sostenerse
que las epístolas de Pablo sean modelos de estilo.
Fueron escritas con
demasiada prisa y nunca pensó en pulir sus oraciones. A menudo, en verdad sus
ideas, por la mera virtud de su delicadeza y hermosura, corren en formas
exquisitas de lenguaje, o hay en ellas una emoción tal que les da
espontáneamente formas de la más noble elocuencia.
Pero más
frecuentemente su lenguaje es áspero y de formas rudas; es indudable que fue lo
que primero le vino a la mano para expresar su pensamiento.
Comienza oraciones y
omite el acabarlas, entra en digresiones y se olvida de volver a seguir la
línea del pensamiento que había abandonado, presenta sus ideas en masa en lugar
de fundirlas en coherencia mutua.
Quizá cierta
irregularidad conviene a la más alta originalidad.
La expresión perfecta
y el arreglo ordenado de las ideas es un procedimiento posterior, pero cuando
los grandes pensamientos salen por primera vez a luz hay cierta aspereza
primordial en ellos.
El pulimento del oro
viene después: tiene que ser precedido por el arrancamiento del mineral de las
entrañas de la tierra.
En sus escritos Pablo
arroja a la luz en bruto el mineral de la verdad.
Le debemos centenares
de ideas que no habían sido expresadas antes.
Después que el hombre
original ha sacado su idea, el más ordinario escriba puede expresarla a otros
mejor que el que la originó.
Así, por todos los escritos
de Pablo se hallan materiales que otros pueden combinar en sistemas de teología
y ética, y es el deber de la iglesia hacerlo; pero sus epístolas nos permiten
ver la revelación en el mismo proceso de su nacimiento.
Al leerlas
cuidadosamente parece que somos testigos de la creación de un mundo de
verdades, y quedamos maravillados como los ángeles al ver el firmamento desenvolviéndose
del caos, y la tierra extendiéndose a la luz.
Tan minuciosos como
son los detalles de que a menudo tiene que tratar, toda su inmensa vista de la
verdad es recordada en la discusión de cada uno de ellos, como todo el cielo es
reflejado en una sola gota de rocío. ¿Qué prueba más impresionante de la
fecundidad de su mente puede haber que el hecho de que, en medio de las
innumerables distracciones de su segunda visita a los convertidos griegos, escribiera,
en medio año, tres libros tales como Romanos, Gálatas, y el segundo a los
Corintios?
La inspiración de Pablo. — Fue Dios por su Espíritu quien comunicó esta
revelación de la verdad a Pablo.
La misma grandeza y Divinidad
de ella suministran la mejor prueba de que no podía haber tenido otro origen.
A pesar de esto, se
presentó en la mente de Pablo con el gozo y el dolor del pensamiento original;
le vino por la experiencia, empapó y pintó las fibras todas de su mente y su
corazón; y la expresión de ella en sus escritos está de acuerdo con su peculiar
genio y circunstancias.
Su carácter
Sería fácil sugerir
compensaciones en varias formas de los escritos de Pablo para las cualidades literarias
que les faltan.
Pero una de éstas
prepondera tanto sobre todas las otras que es suficiente por sí misma para
justificar en este caso la manera de actuar de Dios.
En ninguna otra forma literaria
podríamos tener tan fiel reflejo del hombre en sus escritos.
Las cartas son la
forma más personal de la literatura.
Un hombre puede
escribir un tratado particular, una historia y hasta un poema, y esconder su
personalidad tras el escrito.
Pero las cartas no
tienen valor ninguno a menos que el escrito se muestre.
Pablo está
constantemente visible en sus cartas; podéis sentir palpitar su corazón en cada
capítulo que escribió.
Ha trazado su propio
retrato —No sólo del hombre exterior sino de sus más íntimos sentimientos— como
ningún otro podría haberlo trazado.
A pesar de la
admirable pintura que Lucas hace en el libro de los Hechos, no es de él de quien
aprendemos lo que Pablo en realidad era, sino de Pablo mismo.
Las verdades que
revela se ven todas constituyendo al hombre.
Así como hay algunos predicadores
que son más grandes que sus sermones, y la ganancia principal de los que les escuchan
se obtiene en los vislumbres que distinguen de una personalidad grande y
santificada, así también lo mejor de los escritos de Pablo es Pablo mismo, o
más bien la gracia de Dios en él.
La combinación de lo natural y lo espiritual.- Su carácter presentaba una combinación
admirable de lo natural y lo espiritual.
De la naturaleza había
recibido una individualidad grandemente notable; pero el cambio que el
cristianismo produjo no fue menos obvio en él.
No es posible separar
exactamente en el carácter de ningún hombre salvado lo que se debe a la gracia;
porque la naturaleza y la gracia se confunden dulcemente en la existencia
redimida.
En Pablo la unión de
las dos fue notablemente completa, y, sin embargo, era claro que había en él dos
elementos de diverso origen; y ésta es en realidad la llave para estimar con
éxito su carácter.
Características de Pablo
Su aspecto físico.- Comencemos con lo que es más natural: su aspecto físico, que
era una condición importante para su carrera.
Así como la falta del
oído hace imposible la carrera musical, o la ausencia de la vista suspende los
progresos de un pintor, así la carrera misionera es imposible sin cierto grado
de energía física.
A cualquiera que haya
leído el catálogo de los sufrimientos de Pablo y observado la facilidad con que
se rehacía de los más severos para volver a su trabajo, se le ocurre que debe
haber sido una persona de constitución hercúlea. Al contrario, parece haber
sido de baja estatura y de una débil constitución.
Esta debilidad parece
que se agravó algunas veces por enfermedades que le desfiguraron; y él sentía
mucho la decepción que su presencia excitaría entre los extraños; porque todo
predicador que ama su trabajo quisiera predicar el evangelio con todas las
cualidades que concilian el favor de los oyentes con el orador.
Dios, sin embargo, usó
su misma debilidad, lejos de lo que esperaba, para ganar la ternura de sus convertidos;
y así, cuando estaba débil era fuerte, y aun en sus enfermedades era capaz de gloriarse.
Hay una teoría que se
ha extendido bastante, acerca de que la enfermedad que le aquejaba muy a menudo
era una fuerte oftalmía, que le producía un color rojo desagradable en los
párpados; pero sus fundamentos no son seguros.
Al contrario, parece
que tenía un poder notable de fascinar e intimidar a un enemigo con la
perspicacia de su vista, como en la historia del hechicero Elimas, que nos trae
a la memoria la tradición de Lutero, cuyos ojos, se dice, brillaban algunas
veces de tal manera que los circunstantes apenas podían mirarlos.
No hay fundamento
ninguno para la idea de algunos biógrafos recientes de Pablo, acerca de que su constitución
era excesivamente frágil y crónicamente afligida por enfermedades nerviosas.
Ninguno podría haber
pasado sus trabajos —Sufriendo azotes, habiendo sido apedreado y torturado de
muchas otras maneras, como lo fue él— sin tener una constitución excepcionalmente
sana y fuerte.
Es verdad que algunas
veces se hallaba postrado por la enfermedad y hecho pedazos por los actos de
violencia a que estaba expuesto; pero la rapidez con que se recuperaba en estas
ocasiones prueba que tenía una gran cantidad de energía vital.
Y ¿quién duda de que,
cuando su cara se impregnaba de amor tierno para pedir que los hombres se reconciliaran
con Dios, o cuando se encendía de entusiasmo al anunciar su mensaje, haya poseído
una belleza noble muy superior a la mera regularidad de las facciones?
Su actividad. — Hubo mucho de natural en otro elemento de su carácter, del
cual éste dependía en gran parte: su espíritu de actividad.
Hay muchos hombres que
desean crecer donde han nacido. Les es intolerable tener que cambiar sus
circunstancias y tener relaciones con nueva gente.
Pero hay otros que
desean cambiar de continuo su estado. Son las personas designadas por la
naturaleza para ser emigrantes y exploradores, y si se dedican al trabajo del
ministerio son los mejores misioneros.
En los tiempos
modernos ningún misionero ha tenido este espíritu de aventuras en el mismo
grado que el lamentado héroe David Livingstone. Cuando por primera vez fue al
África, encontró a los misioneros reunidos en el Sur del continente, apenas
dentro de los límites del paganismo. Tenían sus casas y jardines, sus familias,
sus pequeñas congregaciones de nativos, y estaban contentos.
Pero desde luego
Livingstone avanzó más allá de los demás, hacia el corazón del paganismo, y los
sueños de regiones más distantes nunca cesaron de poblar su imaginación, hasta
que al fin comenzó sus viajes extraordinarios por millares de millas en un país
en el que jamás había estado misionero alguno; y cuando la muerte le sorprendió
todavía estaba avanzando.
La naturaleza de Pablo
fue de la misma clase, llena de valor para las aventuras. Lo desconocido en la
distancia, en vez de hacerle desmayar, le atrajo.
No se contentaba con
edificar sobre los fundamentos de otros hombres, sino que constantemente se apresuraba
a ir a suelo virgen, dejando las iglesias para que otros las edificasen.
Creía que si se encendía
la lámpara del evangelio aquí y allí sobre vastas extensiones, la luz por su
propia virtud se extendería en su ausencia.
Le gustaba contar las
leguas que había viajado, pero su lema era "siempre
adelante".
En sus sueños veía
hombres llamándoles a nuevos países.
Siempre tenía en su
mente un gran programa por ejecutar, y cuando la muerte se aproximó, todavía
estaba pensando en viajes a los más remotos rincones del mundo conocido.
Su influencia sobre los hombres.- Otro elemento de su carácter,
parecido al que acabamos de mencionar, fue su influencia sobre los hombres.
Hay algunos para
quienes es penoso tener que abordar a un extraño, aun tratándose de asuntos
urgentes, y la mayor parte de los hombres no están tranquilos sino entre los
suyos, o entre los hombres de su misma clase o profesión; pero la vida que
Pablo había escogido le puso en contacto con hombres de todas clases, y tuvo constantemente
que presentar a extraños los asuntos de que estaba encargado.
Se dirigía a un rey o
un cónsul en una ocasión, y en otra a una compañía de esclavos o de soldados
comunes.
Un día tenía que
hablar en la sinagoga de los judíos, otro entre una compañía de filósofos de
Atenas, otro a los habitantes de alguna ciudad provincial lejos de los asientos
de cultura.
Pero pudo adaptarse a
todos los hombres y a todos los auditorios: a los judíos hablaba como rabí
acerca de las Escrituras del Antiguo Testamento; a los griegos citaba las
palabras de sus poetas; y a los bárbaros hablaba del Dios que da la lluvia del
cielo y las sazones fructuosas, llenando nuestros corazones de alimento y gozo.
Cuando un hombre débil
o falso procura ser todas las cosas a todos los hombres, termina siendo nada a
nadie.
Pero Pablo, arreglando
su vida por esta norma, halló por todas partes entrada para el Evangelio, y al
mismo tiempo ganó para sí mismo la estimación y amor de aquellos a quienes se
adaptó.
Si fue odiado
amargamente por sus enemigos, nunca hubo un hombre amado más intensamente por
los amigos.
Le recibieron como a un
ángel de Dios, aun como a Jesucristo mismo, y estuvieron listos para sacarse
sus ojos y dárselos a él.
Una iglesia estuvo
celosa de que otra le tuviera demasiado tiempo. Cuando no pudo hacer una visita
al tiempo prometido, se enojaron como si les hubiera hecho una injusticia; cuando
estaba despidiéndose de ellos, lloraban, se arrojaban a su cuello y le besaban.
Multitudes de jóvenes
le rodeaban continuamente, listos para obedecer sus mandatos.
En la grandeza del hombre
estaba el secreto de esta fascinación, porque a una gran naturaleza todos
acuden, sintiendo que cerca de ella les irá bien.
Su abnegación.- Esta popularidad, sin embargo, era debida en parte a otra
cualidad, que brillaba conspicuamente en su carácter: el espíritu de
abnegación.
Esta es la más rara
cualidad en la naturaleza humana, y su influencia es la más poderosa sobre los
demás, cuando existe puja y fuerte.
La mayor parte de los
hombres están de tal manera absortos en sus propios intereses, y esperan tan
naturalmente que los otros lo estén, que si ven a otro que parece no tener
interés propio, sino que desea servir a los demás como lo hacen para sí mismos,
les parece sospechoso y tienen dudas respecto de si solamente estarán ocultando
sus designios bajo la capa de la benevolencia; pero si se mantiene firme y
prueba que su desinterés es genuino, no hay límite para el homenaje que están
listos a tributarle.
Como Pablo aparecía de
país en país y de ciudad en ciudad, era, al principio, un enigma completo para
los que se acercaban a él.
Se formaban toda clase
de conjeturas acerca de sus verdaderos designios. ¿Era dinero lo que buscaba?
¿Era poder, o alguna otra cosa todavía menos pura? Sus enemigos nunca cesaron
de arrojar entre la gente estas insinuaciones.
Pero aquellos que
llegaban a vivir cerca de él y vieron qué hombre era, cuando supieron que
rehusaba el dinero y trabajaba con sus propias manos día y noche para cuidarse
de la sospecha de motivos mercenarios, cuando le oyeron orar con ellos uno por
uno en sus hogares y exhortarles con lágrimas a una vida santa, y cuando vieron
el interés personal tan sostenido que tomaba por cada uno de ellos, no pudieron
resistir a las pruebas de su desinterés ni negarle su afecto.
Nunca ha habido un
hombre más desinteresado; no tenía literalmente interés en su vida propia.
Sin lazos de familia,
puso todos sus afectos, que pudieran haber sido dados a esposa e hijos, en su
obra.
Compara su ternura
hacia sus convertidos con el amor de una madre para con sus hijos; aboga con
ellos para que recuerden que es el padre que los ha engendrado en el evangelio.
Ellos son su gloria y
su corona, su esperanza y su gozo.
Deseoso como estaba de
nuevas conquistas, nunca perdió su cuidado sobre las que había ganado.
Pudo asegurar a sus iglesias
que oraba y daba gracias por ellas día y noche, y recordaba por nombre a sus
convertidos ante el trono de la gracia. ¿Cómo podía la naturaleza humana
resistir a un desinterés como éste?
Si Pablo fue
un conquistador del mundo, lo
conquistó por el poder del amor.
Su conciencia de tener una misión.- Todavía tenemos que mencionar los
rasgos más distintamente cristianos de su carácter.
Uno de ellos fue la
convicción de que tenía la misión Divina de predicar a Cristo, la cual estaba
pronto a cumplir.
La mayor parte de los
hombres nada más notan en la corriente de la vida, y su trabajo es determinado
por muchas circunstancias indiferentes; tal vez debieran estar haciendo otra
cosa, o preferirían, si fuera posible, no hacer nada.
Pero desde el tiempo en
que Pablo se hizo cristiano, supo que tenía una obra definida que llevar a cabo;
y el llamamiento que recibió para ella nunca cesaba de sonar en su alma.
"¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!" Este era el impulso que lo llevaba
adelante.
Sentía en sí un mundo de
verdades nuevas que debía expresar, y que la salvación de la humanidad dependía
de tal expresión.
Se comprendió llamado a
dar a conocer a Cristo a todas las criaturas humanas que estuvieran a su
alcance.
Era esto lo que le
hacía tan impetuoso en sus movimientos, tan ciego en el peligro. "De ninguna cosa hago caso, ni estimo mi
vida preciosa para mí mismo; solamente que acabe mi carrera con gozo, y el
ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la
gracia de Dios."
Él vivía con la cuenta
que tenía que dar en el tribunal de Cristo, y su corazón se reanimaba en todas
las horas de sufrimiento con la visión de la corona de vida que, si era fiel,
el Señor, el juez justo, colocaría en su cabeza.
Su devoción personal a Cristo. — La otra cualidad peculiarmente
cristiana que modeló su carrera fue su devoción personal a Cristo.
Esta fue la
característica suprema de este hombre, y el principal origen de sus actividades
desde el principio hasta el fin.
Desde el momento de su
primer encuentro con Cristo no tuvo más que una pasión: su amor al Salvador
ardió con más y más vehemencia hasta el fin.
Se deleitaba en
llamarse el esclavo de Cristo, y no tenía ambición alguna excepto la de ser el
propagador de las ideas y el continuador de la influencia de su Señor.
Tomó la idea de ser el
representante de Cristo sin vacilación. Afirmó que el corazón de Cristo latía
en su pecho hacia sus convertidos, que la mente de Cristo pensaba en su
cerebro, que continuaba la obra de Cristo y llenaba lo que faltaba en sus
sufrimientos.
Dijo también que las heridas
de Cristo eran reproducidas en su cuerpo, que estaba muriendo para que otros
vivieran, como Cristo murió para vida del mundo.
Pero realmente era la
mayor humildad la que se encontraba en estas expresiones francas.
Sabía que Cristo había
hecho todo por él; que había entrado en él, arrojando al antiguo Saulo y
concluyendo la antigua vida, y había engendrado un nuevo hombre con nuevos
designios, sentimientos y actividades.
Y era su más profundo
deseo que este procedimiento siguiera y se completara; es decir, que su antiguo
yo se desterrara completamente, y su nuevo yo, que Cristo había creado a su
propia imagen, predominara de tal manera que, cuando los pensamientos de su
mente fueran los de Cristo, sus palabras las de Cristo, sus hechos los de
Cristo, y su carácter el de
Cristo, pudiera decir:
"y ya no vivo yo, mas vive Cristo en
mí".
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