FUNDACIÓN TU NUEVA ALEGRÍA

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domingo, 18 de noviembre de 2012




Alzando las manos al cielo
Lectura: Romanos 8:18-27 18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. 19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. 20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; 21 porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; 23 y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,  esperando la adopción,  la redención de nuestro cuerpo. 24 Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza;  porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. 26 Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. 27 Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.
Veo a niños que alzan sus manos hacia sus madres, ansiosos por captar su atención. Me recuerda mis propios esfuerzos por llegar a Dios en oración.
La iglesia primitiva declaró que la obra de los ancianos es amar y orar. De estos dos, me parece que amar es lo más difícil y orar es lo más confuso. Mi debilidad radica en no saber exactamente por qué debo orar. ¿Debo orar para que los demás sean librados de sus tribulaciones —o para que dichas tribulaciones desaparezcan? ¿O debo orar pidiendo valentía para continuar en medio de las dificultades que les acosan?
Encuentro consuelo en las palabras de Pablo: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad» (Romanos 8:26). Aquí el apóstol usa un verbo que significa «ayudar uniéndose en una actividad o esfuerzo». El Espíritu de Dios se une al nuestro cuando oramos. Él intercede por nosotros «con gemidos indecibles». Él se conmueve con nuestras tribulaciones; a menudo suspira mientras ora. Se preocupa profundamente por nosotros —más de lo que nos preocupamos por nosotros mismos. Más aún, ora «conforme a la voluntad de Dios» (v. 27). Sabe cuáles son las palabras correctas que hay que decir.
Por lo tanto, no tengo que preocuparme por formular mi petición a la perfección. Sólo tengo que tener sed de Dios y alzar mis manos, sabiendo que a Él Le importa. —
Al orar, es mejor tener un corazón sin palabras que palabras sin corazón.

Oremos a Dios en todo tiempo y lugar Él se complace cuando nosotros acudimos a Él en oración y ruego, no desfallezcas cuando aparentemente tus oraciones no son respondidas inmediatamente ya que Dios las responderá siempre a su tiempo, en el tiempo de Dios NO en el nuestro.



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